En los tiempos del Dr. Google, donde la información está disponible las 24hs y en tiempo real, la capacidad de intoxicarnos con información inadecuada puede ser muy alta, incluso si es seria pero no tenemos alguien que nos ayude a gestionarla. Ese alguien, esa autoridad competente, en un país es responsabilidad del Estado. Hoy, a la luz de los hechos, parecería ser que no es lo que está ocurriendo en Argentina. De allí que las voces de la población cada vez suenan más fuertes en su reclamo.
Cualquiera que entiende cómo funciona el mundo, hoy sabe que lo que ocurre en un extremo de él llega al otro en cuestión de tiempo. Ya lo dice la teoría del aleteo de la mariposa: lo que comenzó en diciembre en China en semanas o meses llegará a nuestras costas.
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Ahora bien, ¿qué hacer ahora que el Covid19 está entre nosotros? Según lo que podemos ver en los casos más exitosos en la gestión de esta crisis (países como Hong Kong, Singapur y -ahora más recientemente- en los primeros pueblos de Italia), la cuarentena basada en un fuerte compromiso social parece ser lo más efectivo para buscar el tan ansiado “aplanamiento de la curva de contagio”.
Sin embargo, estar en cuarentena no es inocuo. Por ello, cuando en Argentina es
muy probable que se impongan medidas de salud tan extremas como ésta, es importante saber algunas cuestiones.
La primera, es que la cuarentena es una medida de salud pública, pero no la única. Debe ir acompañada de información adecuada, certera y continua. Además, la cuarentena o aislamiento -que, técnicamente, son dos conceptos diferentes pero que se los suele usar de manera indistinta- tiene un impacto psicológico.
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Una revisión publicada en la prestigiosa revista científica The Lancet a fines de febrero identifica que ser joven, no tener hijos, tener bajo nivel educativo o ser profesional de la salud son factores que hacen que el impacto de una cuarentena o de un aislamiento sea mayor. La persona que es aislada suele sufrir, además del propio temor a estar infectada, frustración, aburrimiento y temor por la pérdida económica que puede conllevar, a lo que se suma el padecimiento que produce el estigma de estar “en cuarententa” y las angustias propias de algo tan básico como que su abastecimiento para las necesidades diarias esté afectado.
Sin embargo, medidas como apoyo psicológico, acceso libre a contenidos de Internet tan variados que pueden ir desde las noticias y hasta la pornografía, o adecuación para el acceso a necesidades de primer orden (supermercado o consulta médica online) es lo que hoy estamos viendo que se decide en Europa, epicentro del coronavirus, para paliar estas consecuencias.
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Por eso, las medidas de cuarentena deben ser justas en su duración y se debe contar con la mayor información confiable y precisa posible. Repito: confiable y precisa, y aquí la gran responsabilidad de los medios e instituciones y, también, la gran preocupación, porque ninguna de ellas parecen estar llegando a la talla que los tiempos exigen.
Hay intoxicación por falta de conocimiento y exceso de opinión o editorial personal desde los medios, la OMS está siendo criticada por su falta de reacción y conflicto de interés percibido y nuestro Estado parece estar en el limbo. Un país que debe pedir prestadas cámaras termosensibles para colocar en su principal aeropuerto o que pierde cerca de dos meses en tomar medidas que un buen sanitarista sabría identificar como un riesgo potencial, es todo un signo de que no considera a la salud como prioridad.
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El éxito de Hong Kong se basó en el rápido cierre de escuelas, la cuarentena y la respuesta comunitaria. En Singapur fue clave la estricta cuarentena y el riguroso seguimiento de los casos identificados. En ambos casos, la responsabilidad social fue clave. Pero también valores tan nobles como el altruismo y la solidaridad. Esperemos estar a la altura.
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