Las mujeres (y los hombres en menor medida), se ven cada vez más presionadas a modificar su apariencia física con tal de alcanzar un ideal de belleza arbitrario y producto de construcciones sociales. A esto se le llama violencia estética: una presión desmedida para que las personas consigan encajar con el canon de belleza impuesto, aunque eso suponga poner en riesgo la salud física y mental.
El concepto de violencia estética es bastante novedoso aunque su práctica se ha ejercido a lo largo de toda la historia. En cada época histórica ha existido un ideal de belleza: las venus greco-romanas, las madonnas medievales, las venus renacentistas, las mujeres voluptuosas del barroco, etc. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la idea de belleza se basa en la juventud, la piel blanca y los cuerpos delgados.
La violencia estética es un atentado contra la diversidad de cuerpos y el derecho a tratarse bien
Esther Pineda, doctora en sociología y autora de “Bellas para morir: estereotipos de género y violencia estética contra la mujer”, sostiene que la violencia estética se fundamenta en cuatro formas principales de discriminación: el sexismo, el racismo, la gerontofobia y la gordofobia.
La violencia estética hace que se sexualice todavía más a las mujeres, se las cosifica y se las descarta como seres pensantes. Además, el problema no termina en que las mujeres no entran en el canon de belleza, hay muchísimas mujeres que se vieron obligadas a realizarse operaciones e intervenciones estéticas o también mujeres que padecen de trastornos, como la anorexia, con tal de “pertenecer” a este círculo.
Se dice que una mujer bella debe ser: delgada pero con forma, de piel suave, depilada, tersa y blanca y alta pero no más que su pareja, entre otros. Hay muchos imperativos en relación a las proporciones del cuerpo de la mujer y esto hace que, desde edades muy tempranas, se estén preocupando por alcanzar este ideal por más imposible que sea y por más peligroso que sea para su salud.
Los cánones de belleza y su difusión por las redes sociales nos hacen sentir mal por no parecernos a las personas que vemos en estos medios. Las personas somos diversas en todo sentido y, pretender uniformizar esta realidad, es ir en contra de la naturaleza humana. Hay que empezar a normalizar la diversidad corporal, entender que cada cuerpo es distinto y que, siempre y cuando nos mantengamos sanos, debemos aceptar lo que la naturaleza nos ha otorgado.
Durante el monólogo que presentaba un premio, el actor Chris Rock se burló de Jada Pinkett, esposa de Will Smith, debido a su calvicie producida por una enfermedad autoinmune. Este actor produjo en 2009 el documental “Good hair” (Pelo bueno), por lo que conoce muy bien la importancia del cabello para las mujeres negras.
Esther Pineda escribió en su cuenta de Instagram sobre este caso: “Es un claro ejemplo de cómo la belleza ha sido construida y erigida como un valor social, no importa si tienes fama o no, si tienes recursos económicos o no, si tienes acceso y visibilidad mediática o no; si eres mujer, y más aún una mujer negra, estás siempre siendo juzgada y expuesta a ser violentada por tu apariencia física si por alguna razón no respondes a la expectativa de belleza que se ha construido para ti”.
Así como se vio este caso en televisión en vivo, también sucede en el ámbito privado, en los colegios, en los trabajos, en la calle… En conclusión: en todos lados. Las mujeres tenemos que aprender a amar nuestros cuerpos, sean como sean, a no dejar que nadie haga comentarios sobre ellos y si los hacen, que no nos afecten. El ideal de belleza que construyó la sociedad es inalcanzable, hay que respetar y valorar nuestros cuerpos y el de las demás personas.
Si te interesó, puedes leer:
Utilizamos cookies de terceros para mostrar publicidad relacionada con tus preferencias. Si continúas navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Puede obtener más información en:
Politica de Privacidad