Tengo una profunda identificación con el rock.
Crecí con Los Beatles, Almendra, Los Gatos y Manal. Mi vida transcurrió con música de Jethro Tul, Led Zeppelin, Queen, con Lito, el Flaco, Charly, León y tantos otros. Me encantan los Redondos y, “Vamos las Bandas”, es el tono principal de mi celular que me anuncia cada llamada que recibo.
No escribo desde la corrección política ni desde el deseo de imponer visiones “morales”. Comprendo y respeto profundamente a quienes participan de eventos rockeros masivos, se emocionan y los disfrutan viviendo momentos inolvidables.
Nada de eso tiene que ver con la tragedia de Olavarría. Nada de eso explica -ni mucho menos brinda la más mínima justificación- a un horror absolutamente evitable y por completo previsible.
Desde el más elemental sentido común resulta incomprensible que estas cosas sigan ocurriendo. Un evento con cientos de miles de personas requiere de una organización y control impecable en un ámbito cuya aptitud esté garantizada.
Nada de eso estaba asegurado en Olavarría. Hablamos de llevar cientos de miles de personas a una ciudad en la que habitan algo más de cien mil. De la infraestructura -para empezar, de seguridad y sanitaria, la lista de “etcéteras” sería muy larga- y la organización adecuada para semejante multitud con altos riesgos de incidentes varios, por la índole del evento y por los innumerables antecedentes de todos los anteriores.
El resultado fue el que cualquier persona con cierta experiencia y razonabilidad hubiera anticipado. En rigor puede incluso pensarse que hay que “celebrar” que no haya habido muchos más muertos y heridos, muchos más daños de todo tipo.
Dos cuestiones son ahora indispensables.
La primera, establecer la responsabilidad de los involucrados: funcionarios de cada nivel de gobierno que autorizaron y debían controlar cada detalle, organizadores y beneficiarios de los muy significativos réditos económicos, TODOS los responsables deben asumir la parte que les toca y la Justicia debe dar una respuesta rápida, justa y eficaz para que respondan por ello, tanto penal como civilmente.
La segunda es prevenir -¡al fin!- que esto no vuelva a suceder. ¿Acaso necesitamos otro Cromagnon para empezar a hacerlo? ¿Es que vamos a dejar que todo se diluya y dentro de unos días empiece a consolidarse la idea de que “apenas” hubo dos muertos?
Como en tantas otras cosas, se trata de terminar con el desprecio a la Ley, con la irrazonabilidad y la irresponsabilidad en la gestión pública y privada. De dejar de considerar a las víctimas como “daños colaterales”.