Argentina vive una situación de dramática desigualdad social. No debemos naturalizarlo. Uno de cada tres argentinos es pobre. Casi la mitad de ellos son niños, niñas y adolescentes. Alrededor de 3 millones de personas en nuestro país pasan hambre. Solo un cuarto de los jóvenes completa el colegio secundario a la edad esperada y la mitad ni siquiera lo termina.
De aquellos que se ubican en el nivel socioeconómico más bajo y sí terminan el secundario, el 90% no alcanza los conocimientos mínimos en Matemática y el 60% no comprende lo que lee, según reportaron las últimas pruebas “Aprender”. Es que la pobreza y la malnutrición generan un estrés mental que afecta la capacidad de aprendizaje e impacta sobre la educabilidad, es decir, aquella cualidad que permite construir conocimiento. Es imprescindible y urgente resolver esta realidad. ¿Qué podemos hacer para lograrlo?
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Debemos garantizar para todos una nutrición adecuada y potenciar la estimulación cognitiva y socioemocional a lo largo de toda la vida. También asegurar el acceso de todos a servicios de salud y educación de calidad. ¿Cómo no darse cuenta de que un país que descuida la nutrición, la salud y la educación de su pueblo, no solo comete una inmoralidad, sino también una torpeza social al descuidar su principal capital?
Jim Yong Kim, médico, antropólogo y ex presidente del Banco Mundial, investigó sobre la importancia de centrarse en el potencial de las personas, al que denomina “capital humano”. Se trata de considerar la salud, las diversas capacidades, el conocimiento, las experiencias, el desarrollo socioemocional y los hábitos de toda una población. Todas estas dimensiones se complementan unas con otras.
Mucho se vanaglorian los gobiernos–cuando se da- por la inversión en infraestructura (rutas, puentes, aeropuertos), que, sin dudas, es también importante. Pero subconsideran aquello que resulta más valioso: las personas, quienes serán las que diseñen y construyan esos puentes y esos caminos, pero también quienes desarrollen vacunas para curarnos, agreguen valor a nuestros bienes para hacer crecer nuestra economía y promuevan mayor bienestar general.
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Muchas veces esto no es valorado porque los réditos son más lentos y difíciles de cuantificar. Es un error estratégico que se expresa rápidamente en un debilitamiento de la competitividad y, por lo tanto, de la capacidad de desarrollo de un país.
No puede ser una excusa la falta de presupuesto. Es una cuestión de establecer prioridades. Si no es en las personas, ¿en qué vamos a invertir? ¿Cómo pensamos competir en el mundo del mañana si la mitad de nuestros niños viven en la pobreza, malnutridos, sin acceso a la salud y educación de calidad, expuestos a peligros y a ambientes adversos?
Promover el desarrollo humano es promover el equilibrio social. Porque, además de respetar y cumplir con sus derechos fundamentales, es el principal camino que un país puede tomar en el largo plazo para lograr la prosperidad y mejorar la calidad de vida de todos sus habitantes.
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Numerosos estudios demuestran que cada año adicional de escolaridad, se traduce en un 10% más de salario, en promedio. Por supuesto que no es solo cuestión de cantidad de años, sino también de calidad.
Invertir en las personas no es un lujo de los países desarrollados. Es la herramienta para luchar contra la desigualdad y lograr un desarrollo sustentable y sostenido en el tiempo. Los Estados tienen una gran responsabilidad en esto, no es una cuestión de mero esfuerzo personal.
La meritocracia sin igualdad real de oportunidades -ya lo hemos dicho- es una crueldad y un engaño. Los derechos humanos fundamentales no pueden depender del poder adquisitivo de las familias. Es el Estado que debe intervenir en favor de la equidad de acceso a salud y educación de calidad, seguridad, ambiente saludable. Ni la grieta, ni el marketing electoral pueden interponerse. Debe ser una política pública permanente.
Nuestro país atraviesa tiempos muy difíciles. Tenemos muchos y graves desafíos por delante. Los argentinos debemos decidir si vamos a priorizar o no esta inversión en los argentinos. Y considerar para esto que no hacerlo significará perjudicar el desarrollo futuro de cada uno al debilitar la calidad de salud, el desempeño escolar potencial, las posibilidades de empleo.
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Y esto atentará, a la vez, contra toda la sociedad, porque las desigualdades se exacerbarán cada vez más y se verán más restringidas las posibilidades de crecer plenamente. Y considerar también que invertir de verdad en las personas se trata de, una vez por todas, combatir la pobreza, el desempleo, la inseguridad y construir una sociedad más justa y equitativa.
Es preciso pensar y hacer una Argentina mejor para el presente y para las próximas generaciones. Nuestra obligación más urgente es decidir qué país queremos construir y lograrlo a partir de una estrategia común de los diversos actores, con debates y acuerdos básicos.
Acabar con las desigualdades y desarrollarnos debe ser nuestro propósito común, el que nos una como Nación. Necesitamos una convicción patriótica que impulse el plan para alcanzarlo. Que esa sea nuestra más importante elección.
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