Desde abril, mientras el mundo espera la vacuna contra el coronavirus, los gobiernos e instituciones sanitarias buscan fórmulas para controlar la pandemia y para ir abriendo actividades y recuperar una cierta normalidad. En ese marco, una de las medidas que se plantean algunos países es el pasaporte de inmunidad, algo que genera dudas y polémica.
Este pasaporte funcionaría como un documento para certificar que la persona ha pasado la enfermedad y, por lo tanto, habría desarrollado inmunidad contra el virus. En teoría, la idea de este pasaporte es que las personas que los posean no deban cumplir con algunas de las restricciones impuestas por los gobiernos.
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Por esta razón, países como España, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o Chile se han llegado a plantear impulsar el pasaporte de inmunidad.
Sin embargo, la comunidad científica cuestiona la propuesta por razones técnicas y éticas. Advierten que los pasaportes de inmunidad, actualmente, no garantizan una protección eficaz contra el coronavirus y que, además, pueden favorecer nuevas formas de discriminación.
En lo que tiene que ver con lo médico, el punto es que, como la enfermedad tiene apenas 8 o 9 meses, no hay estudios que garanticen que la inmunidad permanece mucho tiempo. El estudio más importante al respecto es de Islandia y reveló que los anticuerpos duran al menos 4 meses.
Un estudio en Islandia confirmó que los anticuerpos contra la COVID-19 duran al menos cuatro meses. Comprobó que, además de una primera ola de anticuerpos que dura poco, existe otra de largo plazo
El pasaporte inmunitario no garantiza inmunidad
Para entender: la premisa de un eventual certificado de inmunidad es que, cuando enfermamos debido a un virus y nos curamos, el sistema inmunitario genera anticuerpos para luchar contra él en el futuro. Este “documento”, entonces, supondría que si alguien puede demostrar que tiene los anticuerpos podría llevar una vida normal y trabajar, viajar o realizar actividades sociales sin miedo a contagiar o contagiarse.
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El punto es que estos supuestos son muy cuestionados: primero, porque pueden haber reinfecciones. En general más leves, pero puede ocurrir.
Además, para demostrar que tuvimos coronavirus tendríamos que hacernos un test y ese es otro tema controversial porque muchos tests son todavía poco fiables. Hay falsos negativos y falsos positivos y, a la vez, una persona puede no tener anticuerpos y ser inmune al Covid-19. A veces el test no detecta los anticuerpos cuando sí los hay y viceversa.
A su vez, aunque muchos pacientes recuperados tienen anticuerpos contra el virus, aún no se sabe si todo el mundo puede producir los anticuerpos suficientes que garanticen esta supuesta inmunidad. Depende de la carga viral, del tiempo pasado desde la infección y muchos otros factores, aún en estudio.
Cada virus funciona de forma distinta. Debido a que el SARS-CoV-2 es un virus nuevo, aún hay muchas cosas que se desconocen o no se saben con exactitud. Además, la respuesta al virus varía de persona a persona
Reparos éticos
Otra de las cuestiones que centran el debate a favor y en contra de los certificados de inmunidad son sus implicaciones éticas. Muchos expertos creen que este tipo de documentos pueden abrir la vía a nuevas formas de discriminación y estigmatización y que, a la vez, implican un atropello a la intimidad de las personas.
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Los anticuerpos post infección de coronavirus
En la presentación del estudio realizado en Islandia, “El poder de la vigilancia basada en los anticuerpos”, conducido por Galit Alter y Robert Seder y publicado en The New England Journal of Medicine (NEJM), explican: “Las infecciones y las vacunas generan dos olas de anticuerpos. La primera ola se debe a células de plasma de poca duración, destinadas a poblar la circulación del sistema, que mengua rápidamente una vez superada la infección aguda. “La segunda ola se genera a partir de una cantidad menor de células de plasma de mayor duración, que brindan una inmunidad perdurable”.
El artículo “Respuesta inmune humoral al SARS-CoV-2 en Islandia” destaca que el nivel de anticuerpos de las personas recuperadas no se redujo mientras duró el estudio, que además de masivo fue prolongado: “Nuestros resultados indican que los anticuerpos antivirales contra el SARS-CoV-2 no menguaron durante los primeros cuatro meses después del diagnóstico”. Eso se verificó en más del 90% de los pacientes que superaron la enfermedad.
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Tapabocas e inmunidad
Mientras esperamos la vacuna y la bendita inmunidad de rebaño, el uso de tapabocas, barbijos o mascarillas podría generar inmunidad al coronavirus a través de lo que se conoce como variolización o variolación, según un artículo publicado en The New England Journal of Medicine.
De acuerdo a este estudio de la Universidad de California, publicado la segunda semana de septiembre, los tapabocas “podrían ayudar a reducir la severidad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de nuevas infecciones sean asintomáticas”.
De acuerdo con el artículo, firmado por los Doctores en Medicina Mónica Gandhi y George W. Rutherford, de la Universidad de California, en San Francisco, el uso universal de barbijo “podría ayudar a reducir la severidad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de nuevas infecciones sean asintomáticas“.
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De comprobarse la hipótesis, señalan, significaría que el uso de los barbijos podría convertirse en una forma de “variolación”, una práctica que se utilizó por ejemplo antes de que se descubriera la vacuna contra la viruela, que consistía en exponer, a aquellos que no tenían la enfermedad, a material obtenido de las costras de la viruela, para que desarrollaran una forma “suave” del virus. Si el cubrebocas replicara esa función, ayudaría de este modo a generar inmunidad y desacelerar los contagios.
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