El 8 de marzo no es una fecha más. No es un festejo que, como tantos hoy, se oriente al consumo o al formal deseo de “feliz día”.
Como lo resumen las Naciones Unidas, el Día Internacional de la Mujer reúne a las mujeres de todo el planeta, más allá de sus diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, económicas y políticas. Se unen para celebrar su día pero fundamentalmente para continuar la lucha planteada hace muchos años por algo tan básico como la igualdad de derechos y oportunidades.
La mitad de la humanidad, esa es la medida exacta del problema que tan fácil es minimizar o despreciar, ha sido sometida, a lo largo de la historia, a una brutal y canallesca discriminación sin más base que la dominación ejercida por los hombres
Este atropello constante se caracterizó –y se caracteriza- por ocurrir en todos los segmentos de la sociedad, con independencia de su nivel económico o cultural.
Es quizás la mejor definición de una situación transversal, la mayor “grieta” -para usar una palabra tristemente de moda- que nos atraviesa.
Llevó miles de años ir superando, uno a uno, los absurdos argumentos que en cada época pretendían justificar un sometimiento que hoy, por fortuna, pocos se animan a sostener en buena parte del globo.
Sigue habiendo, sin embargo, demasiadas mujeres, cientos de millones de ellas que no tienen, en muchos países, los derechos que definen a una persona como tal según los tratados internacionales
Las mujeres de Arabia Saudita, por ejemplo, hace escasos meses pueden conducir vehículos y, por cierto, hay ejemplos mucho más grotescos de violaciones a derechos que nos parecen elementales y de los cuales siguen privadas las mujeres en distintos lugares sin que los dirigentes de los principales países hayan colocado una cuestión tan grave como prioritaria en la agenda internacional.
En paralelo, los avances han sido grandes en buena parte del mundo pero no debe silenciarse que aún son numerosos los casos en que lo establecido en la letra de la Ley no se cumple en la realidad.
La mal llamada “violencia de género”, esa expresión extrema de criminalidad canallesca e injustificable, sigue arraigada en nuestras raíces culturales
Los ataques a una mujer, en especial los que recibe en su entorno más cercano, siguen causando muertes, lesiones y daños enormes sin que como sociedad hayamos logrado impedirlos. Sus autores todavía no reciben un repudio y desprecio por sus repugnantes crímenes masivo, sincero y profundo que los amilane.
A pesar de algunas mejoras, persisten las respuestas insuficientes de los órganos de seguridad del Estado y de la Justicia a cuyo cargo está prevenir e impedir las agresiones .
La igualdad real, de acceso a cargos públicos y privados, de salarios por tareas equivalentes, de oportunidades en cualquier campo, sigue siendo una meta lejana aunque debe destacarse que el tema empiece a estar, seriamente, en la agenda legislativa.
Se trata de una lucha por un cambio cultural, difícil, dolorosa, que requiere el compromiso de cada ser humano, de cada mujer, de cada hombre.
Recordemos que luchamos contra prejuicios de muy antigua data que nos habitan desde la cuna. Que la prevalencia del masculino en el lenguaje nada tiene de neutro. Que no se nos ocurriría justificar -o banalizar- una violación o un abuso a un hombre imputándole haberlo provocado. Que podemos pensar rápidamente decenas de ejemplos similares para ratificar la facilidad con que se expresa una discriminación que, vale reiterarlo, afecta a uno (nuevamente la prioridad del masculino) de cada dos seres humanos.
Sin duda, no es una fecha más. Por el contrario, es una de las más importantes conmemoraciones del año.