Vivimos en tiempos de violencia urbana.
Tiempos de emociones violentas, realidades que nos generan lo opuesto del bienestar y la placidez. Las grandes ciudades, lejos de ayudar al libre fluir de las emociones, las condensan, las acumulan, y las hacen estallar.
En los pueblos, los problemas son otros, pero no hay duda: las emociones y la comunicación fluyen de manera mucho más saludable. No son las personas seres desconectados entre ellos: en los lugares chicos, hay nombres, caras conocidas, registro del otro.
Las aldeas en la antigüedad eran circulares para que los habitantes pudieran cuidarse, mirarse, saber del otro. Hoy vivimos en arquitecturas cuadriculadas, producto de la explosión demográfica, por un lado, y de la era de la “hiperconectividad desconectada”, por el otro.
El anonimato genera sensación de incertidumbre, de alerta. Nos movemos en terrenos desconocidos, y lo nuevo provoca tensión y estimula los mecanismos instintivos básicos a través de los cuales nos cuidamos de aquello que “no sabemos”.
Vamos sumando granitos de arena, y así se forman los desiertos.
Hace menos de diez días, dos episodios de “justicia por mano propia” en los alrededores de Buenos Aires nos remiten a esas escenas de “relatos salvajes” que, peligrosamente, empezamos a naturalizar
El debate es arduo. Hay quienes dicen que lo que no garantiza el Estado queda en manos de los ciudadanos que resuelven supliendo la ley y la seguridad que no está garantizada, disparando el estado de orfandad.
En lo personal, trato de ir un poco más allá y pienso… ¿Dónde hemos dejado las cuestiones básicas de la humanidad? La palabra (que es lo que nos diferencia de las demás especies), el poder discutir, el espíritu gregario propio del ser humano…
Creo que este mundo propicia estallidos tóxicos coartando las salidas saludables de las emociones y vivencias del cotidiano
Hace poco vi un video que circulaba por las redes en donde una colega en una charla preguntaba al público cuánto pesaba el vaso de agua del que estaba tomando. La concurrencia arriesga valores y enseguida ella aclara que en realidad el peso no tiene mayor importancia. Lo que realmente importa es el tiempo que lo sostenemos.
Si solamente es necesario para beber y volver a dejarlo en la mesa no habrá mayores problemas. Si lo sostenemos por varios minutos comenzará a molestarnos. Si pasa una hora los músculos de la mano y el brazo sufrirán calambres y nos dolerá, y pronto el vaso se transformará en un verdadero suplicio.
Exactamente el mismo proceso se vive con las tensiones que acumulamos durante nuestros días. Una de las definiciones de estrés es la búsqueda del equilibrio razonable y necesario entre los recursos que tenemos para afrontar las demandas que la realidad nos exige. Si tengo que llevar dos bandejas, una con cada mano, nada debería complicarse.
Si las bandejas son seis la tensión será importante.
Vivimos, en general, con muchas más demandas que recursos para gestionarlas, y vamos llenado un tanque imaginario que es lo que en comunicación neurolingüística se denomina “columna izquierda”, que podríamos imaginar como las inferencias, las conversaciones internas con las que nos vamos “intoxicando” a medida que vivimos.
Pequeñas delicias de la vida cotidiana que hacen, entre otras cosas que estallemos. Literalmente, estallido es la palabra
Y el estallido puede ser un grito a destiempo, un cuerpo que se enferme, o una tragedia como las que vivimos en estos días en donde hombres en supuesto estado de emoción violenta terminan matando a otros.
Es el mundo en el que vivimos, y no justifico, ni entiendo, ni comparto. Solo trato, como espectador participante, de pensar junto a ustedes en nuestro devenir.
La importancia de descargar
Volviendo al estrés: carga, descarga y relajación es la fórmula del circuito saludable.
De “carga” tenemos un montón todos los días, pero la segunda parte, la descarga y la relajación, bien gracias… Y aquí la falencia, aquí el faltante, aquí lo que nos resta. Varias pelotas en el palo y ningún gol. Así entendemos que héroe contemporáneo “Bombita” Darin, justiciero harto ya de estar harto, vivado por sus compañeros de prisión porque se animó a lo que muchos reprimen.
Y aquí digo, repito, no avalo de ninguna manera la justicia por mano propia, claro que no.
Pienso en voz alta, o en letra alta, ¿se podrán implementar centros de descargas emocionales así como hay gimnasios comunitarios en las plazas?
Agrego: permitamos que la bronca tenga lugar. Sugiero en estos casos un tentempié (el tentempié o punching ball es un juguete de plástico con una base de arena que permite que se lo pueda golpear de manera repetida ya que va y viene balanceándose) para evacuar el malestar sin que los niños sufran daños. Solía tener uno de éstos en mi consultorio, un Power Ranger. Un pequeño de unos 5 años, en un momento de bronca por una situación familiar, me pedía siempre antes de empezar a jugar con otras cosas: “¡Déjame cinco minutos con el Power a solas!” Sudaba como si entrenara para las olimpíadas, pero lo bien que le hacía.
Otra pacientita, de apenas 10 años, me resumió, sabia ella… “Ya entendí… El secreto está en que cuando siento algo tengo que poder decirlo, sacarlo, hablarlo, ¿sino me enfermo si espero mucho, no?”
Cuando nos enojamos es porque algo esperamos. Enojo y decepción son primos cercanos…
Si un ser querido me demuestra indiferencia, quizás me duela, y ese dolor provoque malestar que se traduzca en enojo. Porque sus acciones me implican, me importan y espero de él actitudes que no llegan. Si, en cambio, es alguien lejano en igual situación, mi sentir será otro.
Hartos ya de estar hartos
Necesitamos las personas dar rienda de manera eficaz a aquello que nos sucede con nuestras emociones. Y no alcanzan los libros de quejas… La catarsis desde el libro de quejas es solo una vía paliativa y transitoria: sufrimos de burocracia aguda, desde los tiempos de antaño, y la crisis empeora.
La pregunta, entonces, es clara, y la respuesta viene por default. ¿Qué esperamos las personas de nuestros referentes/gobernantes? Esperamos que nos cuiden, que nos garanticen la tranquilidad que en las grandes poblaciones no tenemos, esperamos cumplan lo que en campaña prometen.
Pero, desde que el mundo es mundo, la violencia es parte triste y cierta del ser humano. Y la política a menudo no es el arte de la fidelidad a la palabra. Combinadas estas dos cosas, pasan las cosas que pasan…
Abro debate, planteo interrogantes, me sobran dudas, me faltan certezas. Pero tengo una al menos, como decía el poeta Blas Otero:
“Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada:
Si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra”
A los hombres nos queda, y no es poco, el decir. Nos queda la palabra…
Por Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres. Autor del espacio Escuela para Padres en Buena Vibra. Su sitio.