Sin metas no hay paraíso: por qué decidir es mejor que dudar

miedos emociones

Hablando un tiempo atrás con una amiga, ella me pidió un consejo diciendo que no sabía bien qué hacer de su vida. Que hacía meses que daba vueltas sin tener claro qué elegir. Mi respuesta fue simple: “No importa lo que elijas. Lanza una moneda y que sea el azar quien decida“.

En mi opinión tener metas es TAN importante para estructurar nuestras vidas y nuestras acciones que es muy preferible CUALQUIER meta antes que ninguna. No importa tanto cuál.

A muchos quizá les resulte obvio lo que digo, pero en mi experiencia hablando con gente diversa hay muchas personas que pasan por alto la importancia crucial de fijarse un norte o dedican la mayor parte del tiempo eligiendo cuál es el mejor destino en vez de avanzar con decisión hacia algún lado.

Este es para mí un “secreto” muy valioso, tanto para emprender como para los demás órdenes de la vida: muchas personas creen que conseguir lo que uno se propone depende de elegir BIEN las metas. Yo voy un paso más lejos: creo que casi no importa qué elijamos, mientras elijamos algo, que ese algo esté claro y sea desafiante y que sirva de guía a nuestros actos cotidianos. Por eso, muchas veces, más que pasar días o meses ponderando opciones, es mejor resolver rápido en la dirección que sea. Eso carga de sentido nuestro tiempo y nuestros actos.

Por poner un ejemplo “geográfico”, si estamos en Roma y queremos ir a Madrid, sabemos que cualquier ómnibus que vaya al sur o al este nos aleja de nuestro destino. Saber a qué ómnibus no subir no es poca cosa. Saber también cuáles, aún cuando no conduzcan directo a nuestro destino, nos acercan hacia allí, también.

Un último punto importante. Como sea que hayamos elegido nuestras metas (ir a Madrid), para mí no tiene sentido replantearlas constantemente. Aún si son mejorables, es preferible “darle derecho” por la misma ruta un tiempo a la tentación constante de doblar en cada esquina o bajarse en cada parada.

Así que, para quien quiera tomarlo, mi consejo es este: si estás andando sin un rumbo claro, definí uno. Si no sabés cuál, elegí cualquiera. El peor de los rumbos es mucho mejor que la falta de uno.

 

Por: Santiago Bilinkis, autor del blog Riesgo y Recompensa, y del libro Pasaje al Futuro. Twitter: @bilinkis