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Aprender a compartir: un camino que enseñamos a transitar

La psicóloga Maritchu Seitún, autora de varios libros especializados en crianza, nos cuenta qué subyace en el saber compartir y de qué manera podemos enseñar lo que realmente importa.

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¡Cómo nos gustaría que nuestros hijos compartan! Y que aprendan a hacerlo desde chiquitos… Ya sean los juguetes cuando vienen primos o amigos, a mamá cuando tenemos un bebé más chiquito, los caramelos, etc. Compartir… Es algo que se enseña y se aprende. Algunos consejos.

El camino de compartir empieza en la entrega de la persona de mamá: en la medida en que ella (u otra figura de apego) se brinde a su bebé, y lo haga sentir su dueño él va a poder un día compartirla. Podrá dejarla ir de a ratos a medida que tenga el tiempo suficiente la experiencia de que su mamá le pertenece. Porque antes de poder compartirla tenemos que poseer a mamá.

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Al comienzo es un poseer físico que se va internalizando (ella se va “metiendo” adentro del chiquito) y, después, ya no necesitan estar todo el tiempo con mamá porque la tienen con ellos en el recuerdo de todas las cosas que compartieron, y también con la certeza de que ella sigue disponible para cuando la necesiten, tras muchas experiencias en las que pudieron comprobarlo.

 

Antes de los tres años, un niño puede estar jugando tranquilamente junto a mamá si ella no está haciendo otra cosa, aunque no juegue con él, pero basta con que atienda el teléfono, o se ponga a ordenar, o a leer o preste atención a otra persona y deje de estar deje cien por ciento disponible, para que el niño proteste y la reclame. Esto ocurre porque todavía está en proceso de internalizar su figura y le cuesta aceptar que no sea su propiedad exclusiva.

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¿Tiene que estar esa mamá disponible durante esos tres años todo el tiempo? No, pero tiene que ofrecer muchos y variados ratos de disponibilidad plena y entrega hasta que el hijo se colme, se “llene” de mamá.

Para pensar: Si la mamá ofreciera una disponibilidad perfecta, sin fallas, el niño no se abriría al entorno ni descubriría el mundo fascinante que lo espera más allá de ella. Hacen falta el deseo y la falta para que se inicie la búsqueda. En ese caso no ofrecería las condiciones necesarias para su individuación

Los chicos se van a acercar una y otra vez, aun cuando crezcan, a veces porque nos necesitan, o para hacer una nueva “prueba de disponibilidad” del adulto, y seguramente lo hagan en situaciones difíciles para nosotros (o quizás también en otros momentos pero en estos nos damos cuenta porque nos cuesta entregarnos): cuando estamos saliendo tarde para algún lado, cuando nos queremos ir a la cama, cuando empieza nuestra novela favorita. Son dosis de refuerzo de posesión de mamá que -como las vacunas- buscan reforzar el vínculo en momentos de necesidad o de separación, y surgen en infinidad de momentos de la infancia, adolescencia e incluso en la adultez.

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Tener este concepto claro nos va a ayudar a dejarnos poseer de a ratos y a no enojarnos con esos deseos de apropiación exclusiva de nuestros hijos, y de ese modo nuestra actitud va a facilitar mucho el despegue, porque si la mamá cada vez que el hijito se acerca y la “atrapa” se enoja, o lo echa, o le explica que no corresponde, a él le va a dar más inseguridad y la va a querer atrapar más fuerte, en un círculo vicioso complicado.

Una vez que están tranquilos y seguros de que poseen a mamá pueden compartirla. Y lo mismo ocurre con papá, con la abuela y otras personas queridas

Por eso a veces es difícil la relación entre dos hermanos muy seguidos: el primero no tuvo tiempo suficiente para “saber” suya a la mamá y al segundo le cuesta tener la sensación de que ella le pertenece porque la realidad es que la mamá tiene que ocuparse también del mayor que sigue siendo chiquito.

El chupete, el trapito, el osito favorito, funcionan para el niño pequeño, como diría Donald Winnicott, como objetos transicionales, a mitad de camino entre ellos y su mamá, no son plenamente ellos ni plenamente su mamá pero la representan y los dejan tranquilos por lo menos por un rato “como si estuvieran con mamá”. Al abrazar al osito ellos también ocupan el lugar de la mamá y le ofrecen al oso esa disponibilidad plena que anhelan para ellos.

Juguetes, ropa, otras pertenencias

Por el mismo motivo, y como derivación de este concepto de posesión de mamá los chicos tiene que sentir que sus juguetes, ropa, el vaso favorito, el triciclo son suyos antes de poder compartirlos, y esto sólo pueden hacerlo “de verdad” –desde su verdadero self y no para agradar a los adultos- cuando han logrado hacerlo primero con mamá u otra figura de apego, cuando ya la tienen suficientemente internalizada.

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Por eso es importante que cada chico tenga cosas propias: no todos los juguetes tienen que tener dueño pero los chicos necesitan la tranquilidad de saber que hay unos cuantos objetos que son suyos y que pueden decidir si los comparten o no. La interesante contracara de este derecho es que van a tener que aprender a pedir prestado lo que no les pertenece y a tolerar que a veces les digan que no. Esto colabora, y mucho, para que aprendan a prestar y a compartir más rápido.

No es una camino lineal, en distintos momentos vitales o de crisis volverán a no poder compartir, a veces a mamá, otras a papá, otras a la abuela, un libro, un juguete, los patines, la pelota o la bicicleta, la cama. Y va a depender también del objeto en sí: es más fácil compartir la pelota vieja que la nueva que acaba de traerme mi papá.

Un chico quizás necesite tiempo para prestarle su cama a la abuela que se queda a dormir. Es su cama y le da pereza ir al cuarto de las hermanas. Podríamos exigírselo por decreto, como hacían nuestros padres con nosotros, podríamos dejarlo decidir (y enojarnos o desilusionarnos) o podemos comprender y conversar con él lo que le cuesta irse de su cuarto esa noche dándole tiempo para procesar el tema pero después imponérselo.

A mis doce años invité una amiga a pasar las vacaciones con mi familia, mi amiga tenía su madre enferma y mamá debe haberla mimado bastante por ese motivo. Todavía hoy recuerdo que por momentos me costaba la situación de compartir a mamá, acostumbrada a ser hija mujer única en su casa.

Las dificultades para compartir no tienen edad. Pero es claro que les cuesta menos a los niños que tuvieron un vínculo seguro, que por un tiempo suficiente “poseyeron” a su figura de apego

¿No decimos acaso las mujeres? “Te presto mi vestido pero después de que yo lo haya estrenado”, en parte lo hacemos porque queremos ser las primeras en ser vistas con él pero también hay una cuestión de apropiárnoslo, dejar en él nuestra huella antes de prestarlo.

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Tiene peso también nuestro modelo de compartirles a ellos y lo que hacemos delante de ellos, aunque esto no significa que tengamos que compartir los zapatos nuevos con nuestra adolescente ni el celular con el chico de ocho años para colaborar con el proceso. Es nuestra persona, nuestro tiempo y nuestra atención lo que llena sus personitas para que puedan madurar en esta importante tarea.

¿A qué edad es esperable que compartan? Entre los tres y los cuatro años van empezando a compartir. De hecho, recién en sala de cuatro en el jardín de infantes ponen menos baldes que niños para que se las ingenien y tomen turnos o compartan. En sala de dos o de tres años esto llevaría a batallas campales.

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Alentemos el compartir pero no lo esperemos antes de esa edad, y toleremos sin enojo que a veces no compartan –o no quieran hacerlo- aún los más grandes. Dejar la bici vieja para la hermanita menor cuando recibieron una nueva para el cumple no es sencillo, es uno de los casos no negociables, pero toleremos sus pocas ganas de hacerlo y acompañemos su dolor porque están entregando un pedacito de su identidad infantil, esa bici está llena de recuerdos y experiencias y la nueva todavía no tiene nada de eso….

  • Maritchu Seitún es psicóloga. Especializada en crianza y autora de los libros “Criar hijos confiados, motivados y seguros”, “Capacitación emocional para la familia” y “Latentes”, entre otros.

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