El hijo pararrayos es el que nos da trabajo, el que nos enfrenta, cuya conducta nos cuesta comprender. En su último libro, Criar con empatía de Maritchu Seitún, de la Editorial Grijalbo, ella dice que en la familia éste hijo toma toda la electricidad que llega desde el ambiente y al responder salva a los demás.
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El hijo que nos da trabajo, el que nos enfrenta, cuya conducta nos cuesta comprender, seguramente sea muy sensible y esconda detrás de su rebeldía, desplantes, gritos y enfrentamientos una enorme sensibilidad, miedos, desconfianza en su propio valor y en el vínculo con nosotros.
Cuesta creerlo, pero a menudo esas conductas son actos de esperanza de que esta vez los adultos entendamos y podamos ir más allá de la fachada que ellos nos presentan. Nuestros hijos nos dan oportunidades, y muchas, de “curarnos”, intentan ayudarnos a ampliar nuestra mirada, ellos insisten porque conservan la esperanza, ¿o la ilusión?, de que comprendamos y cambiemos la respuesta, y por eso no se rinden.
Podría ocurrir también que su sensibilidad los hiciera sobrerreaccionar y, si así fuera, tendríamos que pensar en cómo ayudarlos para que se vayan fortaleciendo y modulando sus respuestas hasta lograr una más adaptativa (que los perjudique menos a ellos o a su entorno) ante los inevitables contratiempos de la vida.
Vemos en estos casos que ese hijo sensible funciona como pararrayos dentro de la familia, es el primero en reaccionar y pocas veces lo hace de la mejor forma
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Digo “pararrayos” porque toma toda la electricidad que llega desde el ambiente y al responder “salva” a los demás que no tienen que reaccionar porque él ya lo hizo.
No necesariamente es el más enfermo, ni el más desadaptado, ni el que está peor. Digo “pararrayos” porque toma toda la electricidad que llega desde el ambiente y al responder “salva” a los demás que no tienen que reaccionar porque él ya lo hizo, y quizás en exceso.
El resto de la familia se escuda en la patología o la inestabilidad de ese hijo, sin darse cuenta de que solo es el primer fusible que salta porque tiene el cable más finito. Y cuando él se va unos días de vacaciones o se fortalece un poco de modo de no sobrerreaccionar, vemos cómo otro toma su lugar.
Nuestros hijos crecen en la misma familia, pero suelen ser muy distintos entre ellos por diversas razones:
Todos esos factores, y otros, se entretejen e interactúan.
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Por ejemplo, por más que tengan los mismos padres no puede ser igual el primero, a quien le dedicamos mucho tiempo y energía, con el que aprendimos y seguimos aprendiendo cada día a ser padres y sobre quien proyectamos nuestras dudas e inseguridades, que el segundo o el tercero, que nos encuentran con más experiencia y confianza, pero también con menos tiempo y energía para dedicarles.
Desde muy chiquitos los hermanos buscan diferenciarse entre ellos, no porque tomen la decisión consciente de hacerlo, sino simplemente porque encuentran “ocupado” un estilo, como podría ser el de hijo bueno y obediente. Es probable que no se animen o les parezca imposible competir y ni lo intenten o que se rindan antes de empezar e investiguen otras opciones.
Lo notable es que si el primer hijo es difícil, le cuesta obedecer, rivaliza con nosotros, seguro el segundo sea manso, dócil y fácil de llevar
Entonces, tenemos un primer hijo que no da trabajo y el segundo, en cambio, no hace caso, nos enfrenta. Lo notable es que si el primer hijo es difícil, le cuesta obedecer, rivaliza con nosotros, seguro el segundo sea manso, dócil y fácil de llevar.
Esa distribución inconsciente de roles lleva a que tengamos uno más conversador y otro más callado, una más sociable y otra más hosca, uno más deportista y otro más intelectual, una más creativa y otra más estructurada, o deportista, músico, artista. Mellizos o hermanos seguidos del mismo sexo son los que más tienden a funcionar en estos estilos complementarios, pero puede ocurrir también entre otros hermanos.
Digo “pararrayos” porque toma toda la electricidad que llega desde el ambiente y al responder “salva” a los demás que no tienen que reaccionar porque él ya lo hizo
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Nuestra tarea es no etiquetarlos y animar al más “prolijo” a conectarse con sus desprolijidades y desde nuestra comprensión acompañar al más rebelde a soltar la estructura defensiva, a querer y dejarse querer, a animarse a pedir de otra forma, a mostrar también su fragilidad.
Vayamos como padres un poco más allá de lo obvio, más allá de la superficie, sin reaccionar nosotros impulsivamente a los malos modos, a la respuesta insolente, al portazo, a las malas notas, tratemos de entender esas conductas en el contexto personal de ese hijo y también en el familiar.
En el caso en que lo que intente sea curarnos, ampliemos nuestra mirada:
Fragmento de Criar con empatía. Cómo guiar a nuestros hijos hacia una autonomía feliz, de Maritchu Seitún, Editorial Grijalbo.
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Cuando nuestros hijos se complementan: ¿cómo podemos hacer para que cambie el sistema familiar y cada hijo tome su parte en los temas difíciles en lugar de recostarse sobre ese hermano “pararrayos” que tan cómodo le queda al resto?
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