“Siempre te he rehuido, encerrándome en mi cuarto, con libros, con amigos alocados e ideas exageradas”. (Franz Kafka, Carta al padre)
Mi hija lloraba bajito porque yo la retaba y no la dejaba hacer lo que ella quería, quería salir a jugar al patio, ya era la hora de la cena y hacía frío.
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Lloraba con ese llanto quejoso, y yo harta de escucharla le digo: “Basta, ahora cuando llegue papá pregúntale a él”. Ella rompe en llanto fuerte, desesperado y me dice: “No, a papá no. Le tengo mucho miedo”.
Dejé de hacer lo que estaba haciendo, la abracé y pensé: “Estamos haciendo todo mal, o casi todo”. La secuencia que relata esta mujer se repite a diario en muchos hogares.
Padres y madres que asustan
¿Desde dónde estamos educando a nuestros hijos? En un extremo, los padres y madres “copados”, padres sin D que se transforman en pares. Hijos desamparados que no tienen la contención ni límites que precisan. Adultos amorosamente tibios.
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Del otro, y de esto quiero hablar aquí, padres que asustan, que educan desde el miedo. Y digo: el miedo no educa, el miedo paraliza. El miedo no acompaña, el miedo invade los sentidos y construye niños tristes, inseguros y con amor propio pequeño, muy pequeño. Es difícil el equilibrio, pero intentemos.
Ejercer la firmeza amorosa
Desde que el mundo es mundo, los padres, madres y adultos de apego tenemos el trabajo de educar a nuestros hijos y darles herramientas para entrar al mundo del crecer.
Podemos hacerlo desde lafirmeza amorosadándoles herramientas para la autonomía, la responsabilidad y la capacidad de decisión. Podemos hacer las cosas bien, pero también las podemos hacer muy mal.
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Tenemos que saber los adultos que todo en la vida tiene consecuencias, y que las emociones de la primera infancia son las que marcan el rumbo. Podemos rectificar y reparar, pero no es sencillo.
“Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, dijo Jean Paul Sartre en una de las frases más maravillosas que he escuchado jamás.
Qué pasa cuando educamos desde el miedo
Él no se da cuenta, cada vez que le grita ella tiembla, no hay manera de que cambie. Su padre fue violento, y él repite la historia. Yo trato de interceder y frenarlo, es muy difícil, muchas veces terminamos discutiendo delante de la nena. No sé más qué hacer.
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Un triste clásico en el que todos sufren, los niños como principales víctimas de la situación, porque son niños y no tienen recursos para gestionar el miedo que les produce que quienes tienen que darles calma les provoquen susto.
¿No da la ecuación, no?
El miedo como esqueleto del aprendizaje es peligroso. Cuando son pequeños, riesgos pequeños (y no hablo del daño psíquico que es enorme en los más pequeñitos). Cuando son más grandes, riesgos grandes.
Pedir un permiso para un hijo implica enfrentarse a la posibilidad de que le digan que no, riesgo necesario y lógico. Este es el costo a asumir. Si le dicen que no, tendrá que tener frustración suficiente para soportar que las cosas no son siempre como quiere. Herramientas básicas para vivir. Hasta ahí todo bien. Se trata de crecer.
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Ahora bien, si la figura de apego saludable, confianza y contención les genera miedo, como hijo tiene dos opciones:
- Silenciar lo que quiere, bajo el corsé del temor y la parálisis que esto genera.
- Tomar decisiones a pesar del permisoy la opinión de sus padres y hacer lo que quiere, sin que medie consulta alguna.
Un paciente de 15 años me cuenta que tenía una “juntada” en casa de amigos, su padre con quien tiene una relación de mucho temor no lo hubiera dejado, ya que tenía en ese momento materias bajas en el colegio.
Inventa una situación de estudio en casa de un amigo y sale rumbo a la fiesta, a espaldas de los padres. Estos descubren la mentira y esta situación sirve para que, en el marco de una entrevista familiar, el muchachito pueda decirle a su padre lo que siente.
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Ahí comienza el principio del cambio, espacio de orientación a familias y terapia para este padre que asustaba, pero sin saberlo en este caso.
Soltar las riendas pero no las manos
En una conferencia que di en la provincia de Chubut una muchachita pidió: “Que nos suelten las riendas, pero nunca las manos”.
Y cuando digo que los tiempos cambiaron pero la esencia es la misma, quiero decir que los hijos nos precisan, no importa que disimulen, no importa que miren hacia afuera (es lo saludable, lo importante transcurre en el afuera para los adolescentes).
Nos precisan cerca para cuidar, lejos para no asfixiar. Nos precisan, amados, respetados pero no temidos. Nos precisan sin juzgarlos. Nos precisan poniendo límites. El límite es amor y es cuidado.
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Miremos a los ojos a nuestros hijos, escuchemos sus emociones y sensaciones. Pidamos que nos cuenten cómo se sienten respecto a nosotros como padres. Tengamos la grandeza de soportar lo que tengan para decir.
Pidamos perdónsi los hicimos sentir mal Pidamos ayuda profesional si no tenemos los recursos para hacer un cambio. No nos distraigamos demasiado, que la vida es larga pero no tanto.
Y recordemos, el miedo no educa, el miedo no suma, paraliza, angustia, cría y crea hombres y mujeres temerosos o temerarios. Desde el amor, todo. Desde el miedo, nada.
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