Un elevado número de consultas traumatológicas en escolares se relacionan con el peso excesivo de las mochilas. Los especialistas sugieren que la carga no debería exceder el 10% del peso corporal del alumno.
Mientras que en el ciclo primario existe la ventaja del uso de mochilas-carros, lo que facilita el traslado, los de secundario cargan y descargan del hombro varias veces por día, sufriendo lesiones de variable gravedad.
Este problema tiene soluciones relativamente sencillas y, en realidad, no amerita más comentarios, pero la metáfora del ‘peso de la mochila’ sirve para introducirnos en la percepción que los chicos tienen sobre su condición de alumnos: lo que les pesa no es la mochila, sino la escuela.
Son muchos los escolares de primaria y secundaria que manifiestan desagrado. Algunos dicen aburrirse; otros, no entender el objetivo de los contenidos, y la mayoría afirma asistir sólo ‘porque sus padres los mandan’. Es posible que los chicos del ciclo inicial, que disfrutan de un ámbito todavía atractivo, queden fuera de este panorama.
Advertidos de tal situación, grupos de profesionales capacitados en los procesos de enseñanza y aprendizaje dedican su vida a estudiar y proponer cambios. Destinan su esfuerzo en devolver el entusiasmo a quienes, como alumnos, no consideran al colegio como importante en su desarrollo.
En sus discusiones diarias, los maestros destacan la intención de reducir la brecha entre las actividades programadas y el deseo de los chicos.
En paralelo, el mundo virtual sigue seduciendo a las nuevas camadas con contenidos más estimulantes que las rutinas escolares. Los chicos entran aleatoriamente en la web buscando ‘conocimiento’ con un doble click, mientras que el colegio exige esfuerzo, concentración, elaboración y disciplina metodológica. Por supuesto, los resultados son diferentes: en la web encuentran información superficial y volátil, mientras que el colegio apuesta a conocimientos consistentes.
La realidad muestra cómo aún conviven dos generaciones: docentes lecto-escritores y alumnos audio-visuales; el desencuentro es inevitable
Mientras los primeros siguen desarrollando contenidos teóricos, los segundos desesperan por aprender con las manos; sus capacidades son cada vez más táctiles y menos vinculadas a la lectura sistemática. Como nativos digitales, están altamente desarrollados en el abordaje intuitivo de lenguajes informáticos que, lejos de estimular conocimiento, transmiten una falsa sensación de aprendizaje.
En tanto, los docentes proponen que el conocimiento se adquiera a partir de estrategias que incluyen tecnologías de información y comunicación. No obstante el diseño curricular, los alumnos siguen sin amigarse con la propuesta.
Los pediatras observamos las consecuencias de tal desencuentro, con síntomas clínicos de cansancio psicofísico y trastornos de ansiedad, resultado de dedicar la mayor parte de su tiempo a algo que no elijen ni les atrae.
Ante estos problemas, apenas podemos lograr alivios transitorios, ya que las causas –lejos del alcance de los médicos- no se modifican.
En algunos casos, advertimos que el término ‘fracaso escolar’ podría cambiar por el de ‘fracaso educativo’, ya que no necesariamente es el alumno quien fracasa, sino que claudica toda una estrategia de aprendizaje.
no necesariamente es el alumno quien fracasa, sino que claudica toda una estrategia de aprendizaje
Urge aliviar el ‘peso de la mochila’ modificando actitudes y acciones, para que los chicos entiendan su escolaridad como un proyecto y no como una carga.
El desafío pedagógico involucra también a padres, sujetos activos que consideren al conocimiento como un valor fundamental en la construcción de la infancia. Valor que, exceptuando algunas instituciones y familias, se ha devaluado peligrosamente.
Porque sin la protección que da el conocimiento y seducidos por teclados, los chicos corren el riesgo de enfermar de necedad, que no es más que ignorancia recubierta de habilidades manuales.
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