Hace ya algunos años, encontré revelador el hecho de que un alumno de dos años le pidiera a su mamá “quiero teta”. Dentro de todas mis convenciones sociales, prejuicios y desconocimientos del tema, la idea me resultó ridícula. ¿Cómo un niño de esa edad podía tomar teta? ¡Si tiene dientes! ¡Si ya come! ¡Hasta va al jardín! ¡Ya es grande!
Se agolparon en mi cabeza todo tipo de juicios, pero algo quedó rodando dentro mío. No me sentía cómoda con haber rechazado una “necesidad espontánea” manifestada por un niño. De allí, no sólo surgieron miles de dudas y preguntas sobre los juicios que hacemos como sociedad sobre la teta que, indiscutiblemente, pertenece a otro ser humano, sino las ganas de entregarme a un trabajo profundo para descubrir el vínculo que se genera entre esa madre y ese hijo mientras festejan el amamantamiento.
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Ridículo me resulta ahora, después de haber realizado la carrera como Puericultora, haber cuestionado aquello que le permitió sobrevivir a la humanidad durante milenios. Algo completamente natural, en donde se conjugan el amor y la nutrición en perfecta armonía.
La Organización Mundial de la Salud recomienda teta exclusiva hasta los 6 meses y la introducción de alimentos apropiados a la edad, manteniendo la lactancia hasta los 2 años o más, datos que se contraponen con todos mis prejuicios anteriormente mencionados.
Entonces, sólo queda concluir que aquellos que se oponen por pudor -o por teorías absurdas que sostienen que una lactancia entorpece el proceso normal de independencia entre el niño y su madre-, desconocen los vastos beneficios de la lactancia materna en materia de nutrición y vínculo afectivo.
Como sociedad exigimos demasiado y no comprendemos que las presiones sociales son determinantes en algunas decisiones que toman las madres, sin un convencimiento real y en detrimento de sus propios beneficios y deseos
Nadie puede marcar en qué espacio físico una madre debe “amamantar”. Nadie puede determinar si un niño está preparado para “destetarse”. Nadie puede definir si la madre está cansada de “dar la teta”. Sólo ellos dos pueden hacerlo.
Como muchas veces escuché decir a una profesora, detrás de la teta hay una historia y una mujer, esa historia revive cuando la maternidad entra en juego y con ella todo lo que nos recuerda ser hijas.
El trabajo interno de cada mujer es fundamental para entregarse al hermoso camino del amamantamiento. Mientras más conocimiento sobre nosotras mismas tengamos, mayor será el éxito y el empoderamiento de nuestros deseos.
El respeto por lo que deseamos determina el camino a seguir y nos define, ya no por los deseos de los demás, sino por haber tomado las riendas de lo que verdaderamente vale, que es nuestro propio sentir.
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