Julio Blanck, un talento que jamás necesitó de gritos ni cargos para imponerse

El homenaje de Buena Vibra a Julio, periodista gigante, en palabras de Claudio Savoia, editor de Clarín.

Al hueso, como me enseñó él durante más de veinte años. Sin que su timidez legendaria lograra ocultarlo, a Julio Blanck lo desbordaba un talento que jamás necesitó de gritos ni cargos para imponerse. Decía la noticia antes de que ocurriera, por su profundo conocimiento de cada uno de los actores de la política y la economía de la Argentina: desde quien sería el Papa Francisco hasta algún concejal del interior, pasando por todos los Presidentes, gobernadores, legisladores, líderes sindicales y sociales, analistas y operadores de todas las épocas atendían sus llamados de inmediato, o discaban su número.

Cuando alguna noticia importante ocurría, Julio sólo necesitaba minutos para entender y explicar qué era lo importante, qué lo secundario y cómo teníamos que contarlo

Cualquier tarde, sin mirar a los ojos, después de cruzarte en un pasillo podía detenerse en seco y volver sobre sus pasos para gritarte que en el tercer párrafo de una nota publicada la semana pasada había una buena frase. O sugerirte que podía ser un poco mejor con este dato y aquel adjetivo. El día no seguía igual después de eso.

Jamás perdía la calma, aún en momentos de presión extrema. “El que se calienta, pierde”, sonreía, mientras se alejaba sacudiendo los restos cenizos de unos indómitos rulos negros, entre los cuales asomaba la infaltable cadenita con el escudo de su querido Independiente.

 

Le tocó recordármelo uno de los días más difíciles de mi carrera periodística. Días después de que Clarín publicara mi investigación sobre hechos de corrupción por parte de la entonces secretaria de Ambiente de Néstor Kirchner, Romina Picolotti, el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández convocó a una conferencia de prensa en la Casa Rosada. Sería la primera vez que el Gobierno se referiría al caso, que llevaba cuatro días escandalizando al país. Yo fui con mi grabador, creyendo ingenuamente que podría hacer preguntas. En cambio, me encontré con un escrache personal de Fernández, quien no sólo me acusaba de mentir sino también de haber engañado al diario. “¿Cómo estás?”, le fue a preguntar Julio a mi esposa, Georgina, a quien en la otra punta de la redacción le caían las lágrimas de impotencia frente al televisor que transmitía ese acto. Era el día del primer ataque directo del kirchnerismo contra Clarín. Pero su atención estaba en otro lado. Jamás lo olvidaré.

“No hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión”, gustaba recordar en los últimos años, como advertencia de la historia en tiempos líquidos de dirigentes que cambian de partido, de ideas y discurso sin siquiera sonrojarse: la proporción exacta de agudeza corrosiva y el fino humor con que distendía las peores noches.

“En política, las mayorías siempre son circunstanciales”, repetía también, en una de sus lecciones más profundas para periodistas y políticos superficiales. Sus palabras siguen ahí, más vigentes que nunca.

Gracias, querido maestro. Se acaba el espacio, y voy a despedirte con otra frase tuya, la que más queríamos escuchar y sin embargo desobedecíamos, y que ayer también recordó nuestro amigo “Tato” Young: “el que terminó, se fue”.

 

PD: Vaya un recuerdo del día en que me invitó a su programa, una bendición que todavía me emociona. Gracias maestro.