– Porque hacen y tienen lo que quisiéramos para nosotras: una esposa, una casa, un trabajo, una familia.
– Porque nos encanta pensarnos destruyendo esa estructura para repetirla ipso facto pero con nosotras.
– Porque estamos convencidas de que lo único que le pasa al casado es que se equivocó de señora.
– Porque no hay nada más atractivo que descasar a un casado y hacerlo nuestro.
– Porque es un trámite más rápido en nuestro objetivo “varón candidato a marido”.
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– Porque un tipo que fue marido y padre durante tanto tiempo debe ser un buen tipo.
– Porque queremos que finalmente sea feliz y no sufra más soportando a esa bruja.
– Porque tiene todas las condiciones y recursos y no los disfruta.
– Porque no hay mejor amante que un casado que resuelve sus históricas y eternas frustraciones sexuales con nosotras.
– Porque encontrarnos con él es lo que más se parece a ver a un chico en el circo, tan feliz, tan agradecido.
– Porque nos permite jugar a la víctima sin reparos, nos deja, nos quedamos solas, nos bancamos su ausencia, nos las arreglamos como podemos, los fines de semana lloramos por él y gozamos imaginando su culpa por abandonarnos.
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– Porque somos tan buena gente que no le hacemos quilombo en su vida y el bien sabe que si quisiéramos podríamos.
– Porque nos da tiempo a ponernos espléndidas en cada encuentro (bañadas, depiladas y perfumadas) y no como ella que siempre tiene olor a ajo.
– Porque somos el amor de su vida… qué duda cabe.
– Porque se nos perdona todo, y todo es mucho, dado el sacrificio que padecemos por no poder él estar a nuestra altura.
– Porque tenemos otorgados todos los derechos de engañarlo si se nos antojara.
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– Porque es fantástico acompañarlo y sostenerlo en sus tantos problemas pero no tenemos que ocuparnos de ninguno.
– Porque somos tan dadoras.
– Porque no tenemos que pagar por nada y… De nada, faltaba más.
Y, lo más importante, porque competimos con otra mujer. Y ahí está, tristemente, la gracia: el hombre es una circunstancia.
- Adriana Arias es psicóloga y sexóloga.
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