Tras 20 años como empleada en el Grupo Clarín, una de las empresas más importantes de la Argentina, en abril de 2015 decidí saltar sin red al ecosistema emprendedor. Habían pasado ya dos décadas (la mitad de mi vida) en una misma compañía y, aunque mi experiencia allí había estado lejos de “sedentarismo” alguno y me había movido con inquietud y pasión por áreas y productos de los más diversos, las ganas de poner mis capacidades y mis necesidades de aprender en otros contextos laborales me empujaron muy lejos de mi zona de confort, algo que celebro cada minuto de mi vida desde aquel día en que decidí avanzar en eso que tantos miraban como un suicidio profesional.
Era hora de resetearme y volver a ponerme en juego bien lejos de ese lugar donde tenía todas las comodidades y beneficios asegurados (y crecientes) hasta mi jubilación si así lo deseaba. Buen salario, doble aguinaldo, cuarenta días de vacaciones, horarios manejados a mi antojo, credencial de Clarín (y los vínculos y el tratamiento “VIP” que esa “identidad” supone) y otras “bondades”.
Difícil entender cómo ese combo podía traducirse en tanta infelicidad. Pero era lo que sentía
Tras animarme a pensarlo, procesarlo mucho, pedir consejos, sacar cuentas y acumular argumentos profesionales y personales en favor de mi “locura”, di el salto.
Rápidamente tuve propuestas laborales que todavía agradezco en empresas similares a la que me vio nacer y crecer como profesional. Pero era sin red el atrevimiento y no iba a salir de una jaula para meterme en otra. Tampoco soñaba, como le ocurre a muchos, con “tener lo mío”.
Sólo quería conocer otros mundos, otras cabezas, y abandonar contextos laborales machistas y verticales, donde ciertas dinámicas tóxicas, de tan naturales y cotidianas, dejan de percibirse. Irme de los entornos donde el talento, el compromiso y la calidad humana no sean cualidades ligadas al desarrollo de una carrera profesional; abandonar espacios donde el ego anula al equipo.
Necesitaba tomar distancia de todo eso. Era mi deseo y fui tras él. Sentía que debía explorar otros espacios, más vinculados al mundo tecnológico que a las empresas tradicionales de medios, y sabía que era algo que me iba a costar muchísimo porque allí me tocaría ser “NADIE”.
Debía dejar atrás todos los reconocimientos que me había ganado con gran esfuerzo para convertirme en una principiante dispuesta a pagar derecho de piso, a escribir muchos mails con pocas respuestas, a estrellarme (con dolor, claro) contra vínculos de muchos años que de pronto te borran de todos sus contactos. Volver, como a los 18, 19 años, a trabajar gratis, y a trabajar mucho y cubriendo roles de lo más diversos, desde los más básicos (esos que los millennials y los profesionales prestigiosos no quieren hacer) hasta los más exigentes, como ponerle el cuerpo a la estresantísima aventura de ser empresaria en Argentina, o de intentar serlo.
Eterno va a ser mi agradecimiento a Marcos Galperín y su estimulante humildad, que tuvo la generosidad de escucharme, de confiar en mí y abrirme la puerta de Endeavor, donde un montón de gente valiosa -la mayoría más jóvenes que yo- me mostraron no sólo que sabía poco y nada de un montón de cosas y que debía capacitarme mucho, sino que lo hicieron con tanta pasión por emprender y compartir, con tantas ganas de ahorrarme errores, que finalmente lo logré.
¿Qué logré? NO el éxito, no. Y tampoco logré: logramos. Logramos hacer que las cosas pasen. El famoso “make it happen”.
Con Hebe Costa y Federico Argento empezamos a HACER y hasta le pusimos a nuestro sueño el nombre del espíritu que lo impulsaba: Buena Vibra, una agencia de contenidos que, además de ofrecer servicios editoriales para terceros, tiene su propia revista digital de contenidos que priorizan lo importante sobre lo urgente; un nuevo medio, para audiencias de redes sociales, que supo ganarse la mirada de casi 40 millones de personas y cientos de miles de seguidores y fans en tres años de vida con inversión cero. Nunca compramos tráfico, ni fans ni seguidores. Todo es cien por ciento orgánico. Y tampoco invertimos un centavo en marketing.
Sin tener del todo claro qué y cómo, empezamos a poner ladrillos, a equivocarnos, a pivotear, a vivir en beta, a autoestimularnos con pequeñísimos logros. Luego llegó Juan Melano y nos ayudó a empezar a diseñar el trayecto hacia ese horizonte que imaginábamos con muchas más preguntas que respuestas.
Así, de a poco, el sueño se convirtió en producto. Se sumó Nacho Prado; lanzamos un rediseño, desarrollamos un mediakit, la palabra “negocio” escaló posiciones en la agenda y el “equipo pijamada” tuvo que enfrentar su desafío más difícil: formalizar(se). Socios, estatutos, estructuras societarias, inversores, escribanos, abogados, contadores, facturas, cuentas…
Y así llegó la etapa en la que es muy muy muy difícil, en Argentina, no morir en el intento. Donde todo te desenfoca, te hace perder tiempo, te complica. Donde la tolerancia a la frustración enfrenta desafíos inéditos. Sufrimos a la famosa IGJ, la Inspección General de Justicia, donde inscribir una sociedad puede ser una verdadera y cara pesadilla; chocamos contra la AFIP, con sus infinitos “Gasallas” dispuestos a rebotarte una y mil veces los trámites con su peor modo; padecimos a los bancos exigiéndonos papeles y más papeles para abrir una mísera cuenta; conocimos frente a frente a ese Estado tan ajeno a los esfuerzos de decenas de miles de emprendedores con ganas de trabajar, de generar valor, de dar trabajo, de borrar fronteras, de comerse el mundo.
Las trabas burocráticas y económicas para emprender en Argentina son muchas, son difíciles, dejan demasiada gente en el camino. La gran apuesta es que la Ley PyMe o el proyecto de ley del Emprendedor facilite las cosas. Tiene poco tiempo aún.
Por ahora, en el país, demasiadas cosas conspiran en contra de las ganas de hacer que las cosas pasen
La innovación y el emprendedorismo van de la mano. Es fundamental que el Estado impulse cambios concretos que apuren el viento a favor para que seamos muchos los que nos animemos a salir de la cadena de producción tradicional y busquemos oportunidades, allí donde el futuro brilla con claridad en los países más avanzados del mundo.
A seis años de su nacimiento, con casi 60 millones de visitas acumuladas y más de 750 mil fans en Facebook en sus distintos verticales y 155 mil en Instagram, Buena Vibra crece y avanza más allá de las fronteras, consolidándose como uno de los sitios de lifestyle más leídos de Argentina, Latam y España.
Buena Vibra es negocio, vamos encontrando esa vuelta que a los medios tradicionales les cuesta descubrir y la empresa estuvo en break even desde el primer año. Tan es así que invirtieron en la compañía empresarios de la talla Marcos Galperín y Santiago Schettini, algo que nos llena de desafíos.
Con altibajos, cambios y adaptaciones permanentes, festejos, pequeños duelos y una gran dosis de resiliencia, el equipo creció.
Vale la pena el esfuerzo y es apasionante trabajar en un equipo que se carga al hombro cualquier tarea con idéntica pasión y compromiso. Cuando uno supera dificultades y aprende de los errores, cuando uno trabaja con valores, con humildad y honestidad, los contactos reaparecen, las puertas vuelven a abrirse, los inversores confían y la aventura se vuelve un logro.
Nosotros pudimos. Vos también podés. Emprender es apasionante.
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