Arrancó en la Argentina el juicio oral por la terrible tragedia de Once y el horror de aquel 22 de febrero de 2012, cuando el impacto de un tren contra el tope del andén en la estación ferroviaria arruinó la vida de 51 familias y dejó más de 700 heridos, se hace presente y muestra una dimensión desgarradora.
El choque fatal del tren Sarmiento alumbró la falta de mantenimiento y de inversión en el sector y puso la lupa sobre una corrupción que, al desviar fondos de los trenes a los bolsillos privados de algunos funcionarios, generó las condiciones para el siniestro. No quedaron dudas: la tragedia de Once fue uno de los síntomas de muchas cosas que andaban mal… Estaba anunciada. Pero nadie la evitó. Y las víctimas se sumaron por decenas.
Y mientras eso pasaba, la sociedad, todos nosotros, mirábamos sin ver lo importante. Y, en lugar de marchar sin pausa junto con los damnificados pidiendo Justicia y ayuda, nos dedicamos a pontificar y a hablar de la desidia, de la falta de obra, gritábamos enfurecidos por la corrupción o defendíamos a un gobierno que guardaba silencio frente al horror, politizando una tragedia y profundizando una grieta que nos hunde cada vez más.
Estábamos como mirando una película mientras los familiares de quienes no estarían más sentados con ellos en esa cotidianidad maravillosa que regala la familia, denunciaban una soledad tremenda para enfrentar ese momento en que les fue arrebatada la vida de un hijo, padre, madre, pariente o amigo. Y los heridos, también muy solos, denunciaban no haber recibido la atención médica y psicológica mínimas para poder atravesar una catástrofe de este tipo, además de la falta de ayuda económica tan necesaria en un momento así.
Ellos estaban SOLOS buscando justicia, atravesando duelos, desafiando la indiferencia… Demasiados solos…
Con el inicio del juicio oral, la sociedad argentina volvió a tomar contacto con esta herida abierta imposible de cicatrizar. Al volver a ver a esas madres luchadoras sin límites, con grandeza, sin bajezas, buscando sólo Justicia y ningún rédito de otro tipo y haciéndolo en paz y sin agredir a nadie, algo hizo ruido adentro mío.
Necesito pedir perdón porque a lo largo de estos larguísimos casi 6 años no estuve acompañándolos como se debe hacer, ayudando en la lucha de una manera más empática y cercana… Más humana y menos política o periodística.
Si cada uno de nosotros nos hubiéramos simplemente parado junto a ellos, quizá el dolor hubiera sido un poquito menos inmenso
¿Dónde estuvo mi empatía en ese momento? ¿Dónde estaba? Claro que dolió, claro que grité y escribí que la corrupción mata, y grité que eso no era solo una frase, que eso significaba que se lleva la vida de las personas y bla, bla, bla. Pero no estuve codo a codo con los que escribían la tragedia con sus velorios y sus sillas vacías.
Recién hoy, con el juicio y escuchando a los familiares, dimensiono que frente a semejante horror vivido, tendríamos que haber puesto el cuerpo de otra manera. Si cada uno de nosotros hubiéramos acompañado esta larga lucha por justicia, poniéndonos a su lado y siendo muchos miles en cada marcha, todo hubiera sido menos duro para ellos.
Perdón a todos. Me duele mucho su dolor. Basta de impunidad, basta de corrupción y eduquemos, como sociedad, en la empatía y en la solidaridad. Me comprometo a acompañar este proceso iniciado esta semana… Esta vez, codo a codo.