La vida de San Francisco de Asís es apasionante. La historia nos cuenta cómo, hace muchos años, hacia el año 1100, un joven como cualquiera de nosotros comenzó a escribir una historia que hoy resuena en el mundo y que llama a revolucionar nuestras mentes, reglas, órdenes y corazones.
El amor es el centro de esta historia. Aquello que la humanidad hoy pide incansablemente, aquello que cada uno de nosotros necesitamos. A este joven lo invadió esa locura y decidió jugarse por amor y dejar absolutamente todo: casa, comida, familia, orgullo y aplausos, algo que la sociedad de aquel entonces, feudalista y elitista, consideraba la mayor deshonra.
Fue así que lo comenzaron a llamar “El loco de Asís”. Adjudicaban a una enfermedad, “la locura”, el haber optado por no seguir siendo parte de un sistema sumamente individualista
Él es Francisco, un gran Santo que abrazó y defendió ideales que hoy sostienen muchas personas e incluso el mismo Papa. Un loco por la paz, la simpleza, la libertad y la pasión por la hermandad. Conocé la historia de este hombre que imprimió su huella en la historia, más allá de la religión.
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Nació en 1182, en la Ciudad de Asís, Italia, y su nombre de nacimiento fue Juan. Fue hijo de Pica y Pedro Bernardone, un importante comerciante de telas que trabajaba con Francia y que decidió apodar a su hijo “Francesco” por ese motivo.
Eran una familia rica y muy acomodada para su época. Francisco no demostraba mucho interés en el trabajo de su padre ni en sus estudios, sino que gastaba su abundante dinero en diversión, amigos y fiestas para mostrar lo ostentoso de su vida. Siempre soñó con las tradiciones caballerescas y a sus 20 años fue a la Guerra entre las ciudades de Perugia y Asis. Así fue que en 1202 cayó prisionero y estuvo un año encerrado, en la soledad del cautiverio, hasta que su padre pagó el rescate. Fue una experiencia fuerte, de profunda reflexión, donde descubrió que había algo de la vida que estaba llevando que le generaba una gran incomodidad, y se despertaron en él muchas preguntas.
Desde ese entonces, comenzó a interesarse por los enfermos, incluso por los leprosos, cuidándolos y hasta regalándoles sus bienes. Llevaba un testimonio renovador, basado en las enseñanzas del Evangelio que habían sido ignoradas por muchos otros religiosos.
Diversos fueron los elementos que marcaron su espiritualidad, pero su principal característica fue sumar a todo aquel que había sido ignorado de la sociedad, entre ellos la participación de la mujer en su misión.
Uno de los momentos más importantes, que marcó su vocación, fue cuando, orando en el templo de San Damián, sintió una inspiración que le decía: “Francisco, ve y repara mi Iglesia, no ves que está en ruinas”
El joven, muy drástico en sus decisiones, vendió las telas de su padre y, con ese dinero, comenzó a reparar ladrillo por ladrillo la parroquia, sin darse cuenta de que Dios le pedía que repare todas las rupturas, carencias y egoísmos que mantenían los creyentes de la Iglesia de ese entonces.
Francisco contaba con un gran don para predicar y hacer milagros. Sus enseñanzas eran su ejemplo de vida propio, su principal valor era la pobreza, de modo tal que nada del mundo lo limitara. Proponía una forma de vida basada en la entrega a los demás, dando “gratuitamente lo que hayan recibido gratuitamente.”
Su transversal conversación despertó el alma de muchas personas y sumó una gran convocatoria. Aún así, Francisco jamás creó grandes mandatos para sus hermanos. Con una sencilla y breve regla, que consisten en consejos benevolentes, se dirigió a Roma para que su Orden fuese aprobada por el Papa Inocencio III. Fue él quien entendió que era una nueva cara del Evangelio y destacó su especial contacto con los pobres. Así aprobó su regla y lo ordenó Diácono.
Con el correr del tiempo, el número de seguidores se volvió masivo y cada vez más personas se convirtieron por sus palabras y, especialmente, por su testimonio de vida. De este modo, conformó su Orden religiosa, que hoy en día se conoce como “Orden Franciscana”.
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Una seguidora y amiga fundamental para él y su Orden fue Santa Clara de Asís, la primera y única mujer en escribir una regla de vida religiosa para mujeres. Más tarde, se creó la tercera Orden de laicos franciscanos para aquellas personas con familia que querían vivir este carisma. Esta gran familia fraterna celebra su festividad el 4 de octubre, un día después de su muerte, el 3 de octubre de 1226.
Por estos días, desde que el Papa adoptó el nombre “Francisco”, todo lo que tiene que ver con este Santo comenzó a ganar visibilidad. No es casual que la máxima autoridad de la Iglesia Católica haya elegido este nombre. Sabía que tenía una energía especial y mostraba el camino para un cambio radical.
Constantemente se ve en los medios de comunicación que el Papa Francisco dice o hace cosas opuestas a las que estaban concebidas como “normales” dentro de la Iglesia. Ya sea porque se muestra sin joyas y cosas ostentosas o porque prefiere comer en un comedor común con los empleados. Sus actos causan sorpresa más de una vez, pero quizá es momento de preguntarnos si no será al revés… ¿No será que nosotros hemos normalizado lo malo y nos asombramos ante un gesto de amor?
Justamente, para Francisco, disruptir, experimentar y sobre todo pisar verdaderamente el mundo donde estamos era lo esencial.
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Más que aturdir con datos biográficos, lo interesante es experimentar de manera cercana algo de esta historia que a veces nos roza para florecer en nuestras vidas y, más precisamente, en nuestra cotidianeidad.
San Francisco nos convoca a asumir nuestras cargas personales sin olvidar a todas aquellas personas que sufren física, espiritual y socialmente. Nuestras cargas pesan, nos atan y limitan la plena libertad de vernos a nosotros mismos y al prójimo. Ese “prójimo” es el gran protagonista, porque abarca al que tengo a lado, “abajo” o “arriba” mío.
Quizá para nosotros pueda parecer poco lo que podemos dar, pero, desde la perspectiva de otro, cada gesto o acción pueden ser muy valiosos.
Todos nos sorprenderíamos si supiéramos que la simpleza de un “¿cómo estás?” puede generar un cambio absoluto en el día de otra persona, o que una sonrisa honesta y amable puede iluminar y aliviar la tristeza de otro
Esto es porque realmente existe una riqueza más grande que la económica. Porque, como decía Francisco, “el día que abandones esta tierra no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, sino solamente lo que haz dado”.
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Muchas congregaciones de Santos de su época, con grandes y extensos estatutos y órdenes, se sorprendían ante la simpleza de Francisco, que expresaba que no quería reglas en su Orden ni entre sus hermanos. el único pedido era vivir de manera fraterna y simple con el objetivo que quiere alcanzar todo ser humano: ser feliz.
Porque es así, el franciscano no dice o hace cosas teológicamente correctas, sino que ama realmente, sin condiciones ni medida. No se limita a estándares, modelos, reglas o juicios sociales.
Así de pequeña y enorme fue la vida de San Francisco, llena de gestos de amor que lograron que muchas personas, de cualquier sexo, edad, lugar, clase e, incluso, religión, sigan abrazando y disfrutando cada día este ideal… Sigan deseando ser “Instrumentos de Paz”.
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Esta oración es atribuida a San Francisco de Asís por reflejar su espíritu de amor y servicio y paz, pero se cree que fue escrita a inicios del Siglo XX. Hoy en día es una de las oraciones más usadas, incluso por instituciones no religiosas.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh Maestro, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
y muriendo se resucita a la vida eterna.
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Como comentamos anteriormente, San Francisco estaba cerca de todos aquellos marginados por la sociedad, en sus distintas formas. Era tanta la cercanía que tenía con ellos, que se han comprobado varios milagros. Podemos mencionar:
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