Conocer cómo funciona el cerebro adolescente nos permite indagar en sus modos de actuar, pensar y sentir. Se trata de un aporte fundamental para diseñar estrategias educativas, sociales y políticas que tengan en cuenta esta evidencia y, por ende, tengan mayor relación con la forma en que los adolescentes toman decisiones.
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Hoy sabemos que el cerebro termina de madurar luego de la segunda década de vida. La última región en desarrollarse plenamente es la corteza prefrontal, que controla las llamadas “funciones ejecutivas” que son las siguientes:
- Planificación.
- Autorregulación.
- Control de los impulsos.
- Toma de decisiones.
- Capacidad de solucionar problemas.
Es decir, en la adolescencia, estas habilidades están aún en proceso de maduración. A su vez, este desarrollo tardío del sistema ejecutivo-frontal contrasta con la forma en que el cerebro adolescente procesa el placer y las emociones.
Este desfasaje entre la activación del sistema emocional y la capacidad de control cognitivo hace que los adolescentes tengan una necesidad potenciada de buscar sensaciones agradables haciéndolos más vulnerables a la exposición a riesgos.
Alrededor de los 16 años ya somos capaces de procesar información y razonar de manera similar a los adultos, pero se diferencian en cómo valoran las recompensas.
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El contexto social tiene mucho que ver en la toma de decisiones. Una característica de la adolescencia es la susceptibilidad a la influencia de los pares y al deseo de ser aceptados que los vuelve más proclives a ceder a la presión y coerción a tomar riesgos que no tomarían si estuviesen solos.
Además, la toma de decisiones en esta etapa de la vida se ve influenciada por la inmadurez en la habilidad de proyectar y considerar las consecuencias de sus acciones a largo plazo. Esta inmadurez responde tanto a la corta experiencia de vida como al momento de desarrollo de la corteza prefrontal.
En consecuencia, las potenciales recompensas inmediatas (como aprobación de los amigos) pesan más que la estimación de los riesgos, llevando a veces a tomar decisiones que pueden tener consecuencias negativas y hasta peligrosas.
Esto no significa que los adolescentes no sean responsables de sus actos. Pero, a la luz de estos datos, podemos evaluar las políticas públicas.
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Por ejemplo, respecto de la administración de justicia y si es válido que los adolescentes sean juzgados y condenados como si fueran adultos. Para esto, es importante considerar las evidencias científicas sobre el impacto de las sanciones punitivas en el desarrollo de los jóvenes.
Múltiples investigaciones longitudinales muestran que la mayoría de los adolescentes que cometen actos antisociales deja de hacerlo en la madurez.
En cambio, las sanciones punitivas pueden atentar contra su salud mental y desarrollo psicosocial, interferir con sus estudios e inserción en el mundo laboral, exacerbando los factores que vuelven a alguien más propenso a cometer actos antisociales. Por eso, los esfuerzos deben orientarse a pensar un sistema de justicia juvenil que considere la psicología del desarrollo y brinde apoyo y ayuda en la adquisición de habilidades para lograr la madurez e inclusión psicosocial.
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Cuando hablamos de los cerebros de los niños, niñas y adolescentes, estamos hablando del futuro de nuestras sociedades. Se trata del activo más importante que tenemos como país, más que los recursos naturales o las reservas de dinero. La evidencia científica puede ayudarnos a tomar mejores decisiones que permitan el desarrollo pleno de esas capacidades.
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