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El cine: eterno custodio de escenas que nos marcaron para siempre

En los 90 las salas de cine de los barrios se cerraban, se reformaban y, en poco tiempo, se convertían en templos religiosos, bingos, centros de esparcimiento, o simple y tristemente se tapiaban.

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“Los cines ya no están, Rose Marie mi amor, hoy vuelvo a la ciudad a encontrármelos, donde volcó El Poseidón, donde escapó Papillón, Woody tenía razón, si Disney despertase…”, así comenzaba la canción que Fito Paez escribió a principio de los años 90.

En ese momento las salas cinematográficas de los barrios de pequeñas y grandes ciudades se cerraban, se reformaban y, en poco tiempo, se convertían en templos religiosos, bingos, edificios de departamentos, centros de esparcimiento, grandes comercios de artículos del hogar o simple y tristemente se tapiaban.

En los 90 cerraban los cines

Pasaban a la modernidad como si en su interior nada hubiese ocurrido, como si se hubiere dispuesto borrar la inmensidad de historias que se sucedieron en esos mágicos lugares, momentos y postales que nuestros corazones guardarán para siempre, custodiando recuerdos hechos de besos, lágrimas, risas, gritos y aplausos.

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En la ciudad de Buenos Aires, fueron famosas diversas salas en la calle Corrientes, Lavalle o Santa Fe entre otras, muchas de esas actualmente cerradas, igual que en otras importantes ciudades como Córdoba, Rosario, Mendoza o Santa Fe.

Aquellas fueron reemplazándose a cuenta gotas por espacios más modernos, alfombrados, con mejores butacas y sonido. A fines de los 80 y principios de los 90, con el avance de la televisión, los videoclubes y el cable, el cine fue perdiendo espacio y muchos de los dueños de salas emblemáticas y de las otras se vieron en la obligación de “terminar la función” para siempre.

“Hagas lo que hagas amalo, como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño” (de la película Cinema Paradiso)

El cine de los pueblos

En localidades más pequeñas ir al cine era un ritual lleno de mística, que se compartía con amigos, hermanos, primos, vecinos y compañeros de escuela. Era EL programa del fin de semana, el lujo que los padres nos regalaban de tanto en tanto.

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La función de la tarde del domingo, sobre todo en invierno, era el sueño que se amasaba día tras día durante toda la semana.

La proyección de dos películas nos llevaba a ingresar a las cinco de la tarde y salir cerca de las 9 de la noche, para llegar rápido a casa, a cenar algo rápido, hacer los últimos retoques de los libros para el lunes y acostarnos a dormir con la cabeza desbordante de imágenes y recuerdos que la gran pantalla imprimía para siempre adentro nuestro.

Las “previas” de los 80

La previa al cine, con 12 o 13 años, comenzaba 2 horas antes. Nos pasábamos a buscar entre los amigos, con la mejor ropa seleccionada cuidadosamente, y caminábamos lento hacia el cine, desandando las pocas cuadras que separaban los hogares del gran programa.

Las charlas eran muy variadas: fútbol, novias, tareas o exámenes próximos y alguna historia poco creíble de algún amigo más fantasioso se ponía a rodar…

El cine y sus rituales eran eso: la vida misma

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De pronto divisábamos desde lejos que se comenzaba a formar fila en la puerta del cine y ahí nos apurábamos para llegar, entrar, pasar por la boletería y sentarnos en las butacas de hierro, madera y cuerina, siempre buscando la posibilidad de sentarnos al lado del más amigo, cuidando que pareciera aleatorio, no sea cosa de dañar a alguien…

Nada debía arruinar la fiesta del cine. Todos preparados para zapatear y silbar cuando se apagaran las luces

La magia del cine

¡Y ahí empezaba la magia! ¡El séptimo arte en su esplendor! La emoción arrancaba con chispazos de luz en las pantallas de telas, la imagen de Universal, el león de Metro Goldwin Mayer o, alguna que otra vez, Aries Cinematográfica Argentina.

Esas primeras escenas, imborrables, daban el puntapié inicial para que aparecieran una isla con piratas, El Zorro, Superman o El llanero solitario y otros justicieros amados, como héroes de la talla de Terence Hill o Bud Spencer.

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Reímos hasta más no poder con Jerry Louis, nos conmovimos con cada pelea de Rocky Balboa, nos emocionamos con E.T y festejamos el concurso ganado por Jennifer Beals en Flashdance.

Las películas argentinas de aquellos días de comienzos de los años 80 fueron La discoteca del amor, Comandos Azules, Los Superagentes, Gran Valor, Buenos Aires Rock, Balá, Palito Ortega, Sandrini y, para los más grandes, el negro Olmedo y Porcel, Graciela Borges, Plata Dulce, Últimos días de la víctima, No habrá más pena ni olvido, entre otros.

Con los años cambiaron los hábitos de las casi 2.000 salas que había en nuestro país en los años 70. Hoy quedan menos de un diez por ciento.

Todos tuvimos nuestro “cinema paradiso”, en cada pueblo o ciudad disfrutamos de la magia del cine, de aquella combinación tan perfecta y visceral -a veces difícil de distinguir- entre lo real y lo irreal.

Al cine de todos los tiempos… ¡GRACIAS!

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