Los más chiquitos pueden imaginar, soñar y jugar. ¿Cómo lo aprenden? Por un lado el bebito llora y mágicamente le llega el alimento, o está cansado y lo ponen a dormir, o está con frío y lo abrigan, con muchas experiencias de ese tipo aprende a confiar en su capacidad de lograr lo que necesita, o de pedirlo. Por otro, en los momentos en que está tranquilo y saciado, o al despertase y un ratito antes de sentir hambre empieza a jugar, con sus manos, con una mota del polvo del aire, con un móvil que tiene sobre la cuna, con los dedos de su mamá.
A partir de allí y por unos cuantos años, si los adultos no interferimos, seguirá haciendo crecer y enriquecer el juego, la creatividad y la imaginación. La mano de papá es un cocodrilo que lo ataca… ¡Y se asusta! O la plastilina es la comida que sus hijitos comen, o agarra su mochila y “es” el papá que se va a trabajar, o anda en su patineta jugando a ser un pirata o un piloto de auto de carrera…
Por este camino los chiquitos practican los temas de los grande (cocinan, luchan, trabajan, curan al perrito de peluche, alimentan a sus muñecas), elaboran cuestiones (como el miedo al doctor o las pocas ganas de ir al colegio o de que papá y mamá se vayan a trabajar), aprenden, investigan, descubren, descargan energía, y, sobre todo, ¡se divierten mucho!
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El juego es el ámbito donde todo es posible, matar sin que nadie muera, ser el más fuerte de todos, ganar las carreras, ser por un rato el jefe, o el bebé, o la mamá, o el papá, o la maestra.
El material de juego tanto podría ser un ser humano como un objeto real o imaginario; en la medida en que ese material se resiste a sus deseos o aparecen limitaciones para lograr su objetivo (debidas a su falta de madurez) van descubriendo el mundo real muy lenta y naturalmente en esos ensayos y exploraciones, pero muchas veces los padres apuramos e interrumpimos ese proceso normal y así, sin darnos cuenta, les vamos apagando la capacidad de imaginar: “eso no es un autito, es un tenedor”, “así no se juega a la generala”, “yo no soy tu hermana, soy tu mamá”, “los chicos no pueden volar”, etc.
Los adultos, probablemente por miedo a la burla, o a que nos consideraran inmaduros, por alguna mirada reprobadora, o simplemente porque a medida que crecimos fuimos perdiendo esa capacidad de imaginar y de jugar y entonces, quizás por:
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Por todo eso no percibimos el valor de ese juego de imaginación para nuestros chicos ni de lo que todos perdemos al no acercarnos a ellos y descubrir un mundo en el que por un ratito todo se puede, y los deseos se cumplen, y las cosas son como uno las imagina…
Al crecer los chicos van descubriendo que el mundo gira alrededor de sus deseos sólo en el juego, no necesitamos acelerar el proceso. Seguramente nosotros seamos personas serias que hacemos cosas importantes y no tenemos tiempo de jugar ni de asombrarnos ni de imaginar… Lamentablemente fuimos renunciando a nuestros sueños, adquiriendo un pensamiento concreto, y empezamos sólo a hacer planes en lugar de soñar, y a pensar en lugar de imaginar o fantasear.
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Cuánto bien nos haría re-aprender de ellos a vivir en el presente y disfrutarlo, a jugar, a divertirnos, sumergirnos de a ratos en ese mundo imaginario y jugar con ellos, favoreciendo nosotros ese jugar a la mamá, al doctor, a los indios o al supermercado… ¡Y qué pocos elementos materiales hacen falta para pasar un buen rato!
El abuelo de mi marido ponía “huevos” para sus nietos chiquitos, cacareaba un buen rato como una gallina clueca y dejaba caer una golosina, los chiquitos lo miraban encandilados cuando lo hacía y nunca lo olvidaron.Yo no pude ver esa escena pero si pude ver a su hijo hacer lo mismo con mis hijos, y hoy es mi marido quien repite el juego con nuestros nietos. En ese pequeño y adorable ritual vemos actuar el poder y la fuerza de la imaginación a lo largo del tiempo.
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