Afectos

Consejos de María Montessori para enseñar a tu hijo a descubrir el mundo con alegría

En la Europa humilde de principios del siglo XX, muchos de los principios de la pedagoga italiana fueron tomados como una auténtica revolución en el campo educativo. Hoy su método no sólo es el eje de los planes de estudio más avanzados sino que son ideales para trasladarlos al hogar y cultivar generaciones con mayor inteligencia emocional.

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El legado de la pedagoga y filósofa María Montessori es una hermosa biblioteca desde la cual encontrar recursos para educar niños felices. “Hay que sembrar ideas nobles en la mente de nuestros hijos para que el día de mañana germinen en su corazón y les permita crecer en alegría”, propone la famosa intelectual italiana, y asegura que la mejor forma de integrar cada experiencia en el cerebro de nuestros hijos es mediante el afecto y un contexto amoroso y contenedor.

El método Montessori enfatiza ante todo la libertad de aprendizaje y la responsabilidad del propio alumno en su proceso de adquisición de contenidos. “La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle”, decía.

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Desde que nacen, los niños necesitan nuestra guía y nuestro apoyo para abrirse camino en el mundo, pero es necesario también ofrecerle confianza para que ganen autonomía y sean ellos mismos los artífices de su propio aprendizaje, valiéndose de sus propias estrategias.

Es clave educar con amor y alegría, generar. niños que se quieran a sí mismos y confíen en sus recursos y en su potencial.  “Nuestra obligación hacia el niño es darle un rayo de luz y seguir nuestro camino”.

El eje del método Montessori tiene que ver con conseguir un desarrollo integral del niño a través de una estimulación continua de los sentidos, las emociones y las experiencias, en un contexto espacial y vincular donde el alumno sea siempre un agente activo, capaz de descubrimientos “espontáneos” y libres. Tiene que ver con subrayar el valor del refuerzo positivo de educar en amor y en alegría, descartando variantes basadas en el castigo y las amenazas.

Las agresiones y descalificaciones son devastadoras para la mente de un niño. El lenguaje negativo no nutre, no es pedagógico, no ayuda: sólo desmorona la autoestima y genera enojo y resentimiento.

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Como la educación del niño se produce las 24 horas, en todos sus ámbitos, es interesante aprender algunos conceptos y herramientas para volcarlos en casa. En primer lugar, es clave saber que el instante con mayor potencialidad de un niño corresponde a la edad comprendida entre los 0 y los 11 años, y que el periodo más intenso de aprendizaje es hasta los 6. Es la etapa que María Montessori llamaba “período sensible”, momentos de gran plasticidad en el desarrollo neuroemocional de los más pequeños.

Los niños tienen, explicaba,una “mente absorbente”: el concepto tiene que ver con la motivación sin límite de los niños pequeños para adquirir dominio sobre su entorno y perfeccionar sus experiencias y comprensión ocurren dentro de cada periodo sensible.

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Generar confianza y autonomía en nuestros hijos es fundamental para su desarrollo y su salud psicoemocional. Cada descubrimiento en un niño es una conquista personal, y desde esa seguridad y esa alegría de avanzar y multiplicar logros es que se consolidan los aprendizajes cotidianos. La libertad y el amor son los nutrientes que volverán sólidos los cimientos.

Ofrecer apoyo a los hijos, demostrándoles confianza en sus capacidades y amor profundo hacia lo que son, les aportará la seguridad necesaria para moverse en todos los contextos que vayan incorporando a sus vidas

Educar en libertad no significa despreocuparse ni dejarlos solos, entregados a su suerte. Es conducirlos y sostenerlos para que logren, poco a poco, hacer las cosas por sí mismos. Decía Montessori: “Para que un niño sea capaz de adquirir y asentar un aprendizaje necesita, primero, un guía; pero más tarde necesita hacerlo por sí mismo”. Si los adultos hacemos todo por ellos, si les resolvemos tareas y obligaciones cotidianas, no serán capaces de descubrir ni resolver las cosas por sí solos. Generarles dependencia y ansiedad ante la necesidad de supervisión y aprobación continuas sólo disminuirá su autoestima.

Montessori subrayaba el valor del refuerzo positivo. No hacer foco en el error sino en  la confianza de que puede mejorar, de que pronto saldrá bien. Para ello, la pedagoga hacía hincapié es la necesidad de respetar los tiempos personal de maduración de los niños, sin homogeneizar ni anular las diferencias y los contextos particulares de cada chico. Es necesario que no los estresemos con sobreexigencias, que los esperemos y que nos los comparemos.

No hay nada más importante para un niño que saberse digno de amor y confianza y sentirse, desde allí, capaz de descubrir y conquistar su mundo. “No hay mejor forma que abrirse paso que con unas buenas pinceladas de alegría en el corazón y confianza en la mente”, decía Montessori.

En sus palabras, “si el niño vive en una atmósfera donde se siente cuidado, integrado, amado y necesario, aprenderá a encontrar amor en el mundo”.

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