Los problemas del sector Salud argentino a la hora de gestionar la respuesta a la pandemia no son una sorpresa para nadie que haya transitado, al menos un poco, por los recovecos del sistema. En ese sentido, la suerte está echada y falta ver qué sucederá con las capacidades asistenciales si el tan anunciado, y postergado, pico de casos finalmente se produce.
Mientras tanto, las consecuencias del aislamiento empiezan a hacerse sentir en la vida cotidiana y, fundamentalmente, en la economía familiar. El entusiasmo futbolístico puesto desde el inicio del aislamiento en el seguimiento de las cifras y la forma de la curva va menguando, y mucha gente empieza a mirar con más atención, y sufrir en carne propia, las otras consecuencias: materiales, sociales, culturales y políticas que la aparentemente exitosa estrategia de control de la pandemia genera.
Podríamos decir que -paradójicamente- el éxito del aislamiento, más el agravamiento de las consecuencias económicas, son lo que hoy amenaza abiertamente su continuidad
Es que como cualquier adulto sabe, nada es gratis en la vida. Y en materia de manejo de grandes crisis como la que estamos atravesando, mucho menos.
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Ahora se hace cada vez más acuciante la necesidad de planificar la salida del aislamiento. Las estrategias que se analizan y eventualmente empiezan a aplicarse, implican la segmentación (por lo tanto, identificación), el testeo, y la limitación de los movimientos (y contactos) de las personas.
Las palabras clave son: control de la población. Así que es imprescindible volver a discutir sobre la tensa relación entre la seguridad a cargo del Estado, y el respeto por la privacidad y eventualmente la libertad de las personas
Las democracias republicanas tienden a preservar este equilibrio a través de la separación e independencia de los Poderes del Estado y el funcionamiento de los ámbitos de representatividad ciudadana. ¿Y por casa cómo andamos? Al momento de escribir estas líneas, el Poder Judicial se halla literalmente paralizado, excepto para algunas tramitaciones de emergencia, y el Poder Legislativo recién volvería a sesionar en los próximos días.
Los argentinos, además, no hemos superado una más o menos latente (cuando no muy explícita) tentación autoritaria. La figura del Líder tiene una larga tradición en nuestra cultura política, presidencialista, y enraizada en el caudillismo.
Conviene recordar que los tramos más sangrientos de nuestro pasado, y también del mundo, encontraron siempre sus argumentos en razones “superiores” y circunstancias extraordinarias. Y contaron con aceptación social
Se promueve en estos días, para el control de la población, la utilización de los teléfonos celulares, omnipresentes en la vida de la mayor parte de los argentinos; una tecnología similar a la implementada en China, un Estado autoritario y represivo, reiteradamente denunciado en foros internacionales por la inobservancia del respeto a derechos políticos y humanos.
El teléfono se convertiría en el ojo insomne de un Gran Hermano que registraría nuestros movimientos, los tiempos que estamos en cada lugar, los signos vitales, las personas con quienes estamos. Y que no se puede desinstalar, a riesgo que quedar totalmente imposibilitado de salir a la calle.
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La vida en sociedad siempre ha significado la resignación de algún grado de libertad -en función de establecer acuerdos y normas de convivencia-. Ahora debiéramos poder debatir y expresar cuánto de esa libertad estamos dispuestos a resignar frente a la implementación de tecnologías con un poder con el que nunca que nunca antes la humanidad había contado.
Ojalá que el temor no nos confunda esta vez. La excepcionalidad tiende a quedarse a vivir entre nosotros. Y el cuidado de las libertades básicas no debiera relativizarse por promesas que a la política no le gusta cumplir.
Sepamos también que, finalmente, recogemos lo sembrado. Y no lo que imaginamos merecer.
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