Reflexiones, lamentos y conclusiones de un médico argentino

Omar Disanto, médico cirujano especialista en terapia intensiva, comparte las contradicciones que están sintiendo muchos de sus colegas en tiempos de pandemia.
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Hoy, luego de comunicar a una familia el fallecimiento de su “jefe de hogar”, vuelvo a casa y me atraviesan algunas reflexiones en torno a mi vida como médico. Voy para atrás para pensar en mi formación y puedo enumerar muchas etapas, que se suceden desde el inicio mismo de la actividad escolar. Pienso y se me viene a la mente una primera imagen: ya a partir de allí, en la primaria, hubo compañeros que quedaron en el camino… Aquellos que, por diversos motivos, ni siquiera completaron los estudios. Fueron 7 AÑOS.

Ingresamos al secundario una buena cantidad de jóvenes de ambos sexos con los bríos propios de la edad. En esa etapa, otro grupo, no menos importante, quedó relegado y sin culminar también por motivos diversos, un tanto más serios que los anteriores, pero con el mismo efecto. Fueron 5 AÑOS.

Haciendo malabares sociales, económicos y demás para ingresar a la Facultad, otro gran grupo de gente fue quedando en el camino. Y luego, a lo largo de la carrera de médico, vi cómo nos abandonaban nuevos amigos que, por una razón u otra, dejaban las carreras.

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Otros a duras penas continuamos, sufriendo con las materias, aprendiendo otro modo de estudio, otras exigencias y, todo eso, en un contexto de dictadura al principio y de apertura democrática en el transcurso de una carrera muy exigente. Allí nos golpearon las políticas económicas neoliberales y, luego, las hiperinflaciones. Aún así, continuamos. De los 1500 ingresantes, culminamos la carrera alrededor de 150. Así obtuvimos nuestro ansiado título, en mi caso de Médico Cirujano. Fueron 7 AÑOS.

Resulta que aparecían las Residencias Médicas como el mejor sistema de formación continua y no la debíamos desaprovechar. Así que opté por una especialidad como única forma de diferenciarse del resto que no había tenido esas oportunidades. Hubo que rendir otra vez y con oposición, sobre doscientos postulantes ingresaban sólo cuarenta. Esta vez, ya como profesionales, volvieron a quedar otros amigos que no pudieron ingresar a las especialidades.

Así nos fuimos formando en nuestras respectivas especialidades, con un sistema militaroide de premios y castigos. En mi caso particular, y con la idea de que la Jefatura de Residentes terminaba de cerrar un ciclo referente al manejo de personas, etc., me quedé un año más en el Hospital. Fueron 5 AÑOS.

Hasta aquí, si no hago mal la cuenta, llevo 24 AÑOS de formación, sin contar que muchos de nosotros iniciamos también la carrera docente en la facultad y que la misma conlleva trabajos, exámenes, concursos, etc.

Al fin, con otro Gobierno y otro plan económico, iniciamos la actividad en forma privada, sin dejar del todo a nuestro querido Hospital. Conocimos así a las Obras Sociales, un extraño mecanismo que entregaba un papelito por nuestro trabajo, que se hacía efectivo en los mejores casos, a los 90 días. Convivimos con ellas. También iniciamos nuestra tributación a Rentas y DGI en ese momento.

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Han pasado desde ese momento hasta la fecha distintos gobiernos, nacionales y provinciales, distintos gerentes, presidentes, vocales, gremios, gerenciadores, administradores, capacitadores, entretenedores y demás. Fuimos alguno de ellos.

Asimismo, aparecieron los cursos de postgrado, otra manera de formarse. No la dejamos pasar y por supuesto los realizamos, entonces adquiríamos otra especialidad, nos seguíamos formando apostando, otra vez, a que alguna vez nuestro esfuerzo fuera reconocido.

Asistimos a jornadas, congresos, disertaciones, acreditamos las especialidades, intensificamos la carrera docente, tratando de llegar a ser Profesor Titular por concurso, de la Facultad, que significaría reconocimiento académico. La Universidad ideó un sistema de Certificación de Especialidades, a mi juicio, una de las acciones superlativas a la hora de colocar blanco sobre negro respecto de un proyecto de ley de especialidades que nunca prosperó. Así, entre trabajos, certificaciones, congresos, atenciones, congregaciones, anhelos y desventuras pasaron 20 años de profesión.

Nunca hemos descuidado la faz asistencial y fuimos adquiriendo la experiencia de interrogar, examinar, diagnosticar y tratar un promedio de 20 pacientes por día. Lo que hace la no despreciable cantidad de alrededor de 7000 pacientes al año y 140.000 almas en 20 años de profesión.

Hemos tenido triunfos y derrotas contra la muerte, pero todas las enfermedades, por banales que hayan sido, produjeron en nosotros una preocupación sincera por el sufrimiento del prójimo

Abrazamos esta profesión apasionante con una disciplina sistemática de razonamiento, aprendida en aquellos años de formación, enriquecida con el sentido común de las canas y adaptándonos a diversas circunstancias de la vida.

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Obviamente, analizando las políticas de salud (¿las hubo?), elegimos entonces comprar un lugar de trabajo y así integramos sociedades sanatoriales. La ilusión de ser empresarios se vio opacada rápidamente versus la responsabilidad de tener bajo nuestro cargo 80 personas/familias, las cuales quieren cobrar su sueldo a fin de mes como corresponde. Así conocimos sobre aportes patronales, ART, aguinaldos, aportes al PAMI, residuos patológicos, fiscalizaciones, etc.

Conocimos sobre inspecciones, AFIP, ANSSES, Dirección de trabajo, cierres, huelgas, marchas y reclamos. El año 2009 nos pasa por encima con los mismos problemas, de allá lejos y hace tiempo, la Salud no parece ser una prioridad para ningún gobierno. Ni siquiera fuimos capaces de copiar lo que otros hacen muy bien, no entendimos los conceptos tan claros vertidos por los maestros sobre PROMOCIÓN, PREVENCIÓN, ATENCIÓN Y REHABILITACIÓN de la salud en el contexto de la Atención Primaria y aquí estamos esperando un salvador que nos lleve de la mano hacia la solución.

Lo único que supimos conseguir, y no en todo el País, es la integridad de nuestras instituciones gremiales, sin las cuales este largo y agobiante relato ya hubiese expirado.

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Alguien por allí manifestó que está “científicamente probado que las especies que sobrevivieron no fueron las más fuertes, sino las más solidarias”, y si no lo entendemos así, no hay supervivencia. A la altura de estos pensadores que emitían frases célebres, coloco a nuestros filósofos de todos los días.

Un día cualquiera un anciano internado me dijo: “Qué buen médico es usted”. Superado el regocijo del ego pregunté: “¿Por qué me dice eso?”, a lo que sin inmutarse respondió: “Porque usted es el único que llega y abre esa ventanita por la cual entra el sol” (sic)

Y me enseñó que cuando uno está solo, desnudo, anciano, en una cama de terapia intensiva, tal vez lo único y más importante sea ver el sol; y puede ser que todo lo que relaté antes carezca de importancia.

Mientras vamos desapareciendo por causas naturales, los pocos que quedamos bregamos por la unidad médica y la defensa sin claudicación de esta noble Profesión.

  • Fuente: Prof. Dr. Omar Disanto. En Twitter.

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