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Cómo criar hijos curiosos y con ganas de aprender

Muchas veces dejamos en la escuela la responsabilidad del aprendizaje y de la relación de los niños con el conocimiento. Por qué es una tarea que los padres debemos asumir y cómo hacerlo.

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¿Qué cosas podemos hacer en casa para despertar en los chicos la curiosidad y el amor por aprender? ¿Cómo responder a sus preguntas, conversar con ellos y elogiarlos cuando hacen algo bien? ¿Cómo usar las conversaciones que tenemos en casa para estimular esas ganas? Melina Furman, bióloga, educadora y autora del libro “Guía para criar hijos curiosos” nos ayuda a pensar estas cuestiones con consejos súper interesantes para charlar entre los padres.

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¿La curiosidad es algo que se puede provocar, enseñar o estimular?

Claro que sí. Todos los seres humanos (y ni que hablar los chicos) somos curiosos: hay cosas que queremos saber, tenemos preguntas, existen cuestiones que nos dan intriga. El secreto es ayudar a que esa curiosidad no se pierda y se siga potenciando. Para eso es importante que aprovechemos las preguntas que los chicos nos hacen para ir a investigar juntos, buscar información en videos o libros o incluso, cuando se pueda, visitar lugares (museos, por ejemplo) que nos permitan ir tirando esa punta del ovillo para generar lo que en educación llamamos “aprendizaje profundo”.

El aprendizaje profundo implica sentirse como en casa con un cierto tema, ir comprendiéndolo en sus distintas facetas. Puede ser sobre cualquier tema: algo que los chicos traigan de la escuela o una cuestión que surja en casa, incluso aunque nosotros tampoco sepamos del asunto. Y no se trata de hacer algo muy sofisticado, sino simplemente cultivar esa curiosidad, ayudando a que los chicos, ante las distintas preguntas que tienen, puedan ir siempre un poquito más allá.

¿A cualquier edad?

La curiosidad se puede seguir potenciando a todas las edades. Simplemente, hay que estar atentos a por dónde pasan los intereses de los chicos o adolescentes para, desde ahí, seguir avanzando y expandiendo esa curiosidad a otros temas que tal vez en principio no les interesen tanto, ayudándolos a ver qué tienen de valiosos o apasionantes.

Cuando hablamos de la educación muchas veces hacemos foco en la escuela, subestimando el rol que tenemos las familias en casa. ¿Cómo sembrar una semilla de curiosidad, de ganas de aprender?

Yo creo que el rol que las familias cumplimos es fundamental en cómo se construye el víncu­lo de los chicos con el conocimiento. Porque eso se teje en casa, desde los primeros años de vida y a medida que los chicos van creciendo. Y se construye en los detalles, en las interacciones cotidianas entre padres e hijos, y también con los hermanos, abuelos, tíos y hasta a veces con los amigos de la familia.

En tiempos en que los chicos tienen tanta atracción por las pantallas y menos juegos, ¿cómo podemos a entusiasmarlos con otras cosas? ¿Por dónde empezar?

Siempre que charlo con padres amigos sobre cómo educar a nuestros hijos, terminamos hablando de cuánto exponer a los chicos a las tecnologías digitales. ¿Cuánto es bueno? ¿Cuánto, demasiado? ¿Desde qué edad? ¿A qué tipo de tecnología? Creo que hay dos claves para responder a estas preguntas. La primera tiene que ver con la cantidad de exposición a la tecnología. La segunda, con qué proponen esas tecnologías.

Para entender por qué es tan difícil que los chicos “suelten” las pantallas imaginen que tienen enfrente una hamburguesa crujiente. Es difícil resistirse, porque nuestro cerebro está cableado para ir corriendo a comerse esa hamburguesa y todas las que sigan. Lo mismo pasa con la tecnología

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Cuando recibimos un me gusta en las redes sociales, nos llega un mensaje nuevo o pasamos de pantalla en un videojuego, se nos enciende una parte de nuestro cerebro que se llama el circuito de recompensa, que libera el neurotransmisor dopamina, la misma parte que se enciende cuando vemos la hamburguesa o tomamos una droga adictiva. A los adultos también nos pasa, y por eso es tan difícil dejar de mirar el celular por un rato.

Parte del secreto es acotar la exposición a la tecnología a solo algunos momentos del día, especialmente cuando los chicos son chicos. Y que puedan tener otras actividades desconectadas que también les generen recompensas. Cuantas más cosas disfruten hacer fuera de las pantallas, más fácil va a ser que la tecnología no ocupe todo el espacio.

La segunda clave es que la tecnología les ofrezca oportunidades de ser creadores y no solo consumidores. Hoy las tecnologías digitales nos abren hoy puertas impensadas hace algún tiempo para potenciar el aprendizaje de los chicos: desde la posibilidad de programar con lenguajes especialmente pensados para niños, hasta la creación artística con programas para componer música, pintar o inventar historias animadas, y muchas otras. No es lo mismo jugar un videojuego que crearlo.

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¿Qué consejos puedes compartir para despertar la curiosidad y poner el cerebro en acción?

Lo primero, como explicaba, es aprovechar las preguntas que los chicos nos hacen o los temas que traen de la escuela para explorarlos juntos en profundidad, con experiencias prácticas, videos, salidas, lecturas y conversaciones, y aprender junto con ellos incluso cuando no sabemos del tema, hay muchas otras cosas que podemos hacer.

Por ejemplo, cuando les leemos libros de cuentos, vale la pena detenerse para conversar sobre el contenido, traducir o simplificar lo que no entienden, ver qué cosas extra nos aportan las imágenes, anticipar lo que va a pasar después, imaginar otros finales posibles. O charlar sobre si le recomendarían ese libro a otros chicos y por qué. O aprovechar para conocer más sobre los autores de los libros, buscar similitudes con otros libros de esos autores que hayamos leído antes y mirar las dedicatorias.

Si queremos desarrollar las capacidades lógico-matemáticas podemos jugar a juegos que involucren la lógica o el cálcu­lo mental, como el dominó, el ajedrez o El Estanciero, o hacer cálcu­los mentales en situaciones de la vida cotidiana (como cuando pensamos, por ejemplo, en qué tenemos y qué nos falta o en cómo repartir lo que hay entre varias personas). También podemos medir objetos de distintas maneras: pesar, medir longitudes con distintos instrumentos, estimar si algo es más o menos grande, pesado o numeroso que otra cosa.

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¿Cómo interviene lo emocional en ese “engagement”?

Hoy sabemos por muchísimas investigaciones que el factor emocional es clave para el aprendizaje. Para aprender necesitamos un entorno de bajo riesgo, en el que nos sintamos cuidados y nos animemos a equivocarnos. Si estamos estresados o nos sentimos amenazados, aprendemos mucho menos.

Cuando les ofrecemos a los chicos un entorno de confianza que permita probar, equivocarse e ir resolviendo de­safíos, vamos ayudándolos a desarrollar una creencia que resulta fundamental en la vida: la autoeficacia, es decir, la maravillosa sensación de que somos capaces de hacer bien las cosas

Albert Bandura, un psicólogo y teórico de la educación que propuso este concepto, muestra en sus investigaciones el modo en que el sentido de autoeficacia determina profundamente cómo la gente se siente, piensa y se comporta.

Por ejemplo, sentirnos autoeficaces hace que abordemos las tareas difíciles como de­safíos que podemos resolver, en lugar de como amenazas que debemos evitar. Y al revés pasa algo similar: cuando nos sentimos poco eficaces, tendemos a querer escaparnos, a abandonar aquello que nos pone en una situación incómoda con nosotros mismos, y le echamos la culpa a nuestros defectos personales o al contexto adverso en lugar de concentrarnos en cómo lograr nuestro cometido.

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También sabemos que aprendemos mejor aquello que nos resulta relevante, que tiene conexión con nuestras vidas, con lo que podamos conectar. Y lo contrario también es cierto. ¿Cuántos temas estudiamos en el colegio que nunca terminamos de comprender a pesar de haber invertido tiempo de estudio, porque no se conectaban con nada que nos importara o tuviera sentido?

Creo que es importante que podamos acompañar a los chicos en el desarrollo de su inteligencia emocional. Por ejemplo, podemos proponerles que escriban sus ideas y sentimientos en un diario; conversar sobre cómo se habrán sentido los personajes de cierto relato, o qué podrían haber hecho distinto en una situación similar; reflexionar con ellos sobre en qué situaciones del día nos sentimos cómodos con nosotros mismos y con los demás, y por qué.

Creo que el gran secreto es generar rituales familiares compartidos que aseguren espacios de encuentro, risa y conversación, y buscar puntos de encuentro entre nuestros intereses y los de ellos

Guía para criar hijos curiosos

Compartimos la charla TED de Melina Furman sobre el rol de la familia en la relación de los hijos con el conocimiento y con el aprendizaje.

 

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