Desde hace muchos milenios los seres humanos ya no vivimos en las cavernas, pero a veces nos comportamos como si todavía fueran necesario ser parte de una manada para sentirnos seguros.
El gran inconveniente es que al estar adentro con facilidad podemos pasar a desvalorizar al que está afuera, como forma de reforzar nuestra pertenencia, de confirmar que ese otro es distinto y no merece entrar.
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¿Cómo ocurre esto? Es que, aliviados por no ser el blanco del maltrato, nos alineamos con el que lo hace y nos cuesta ponernos en el lugar del molestado. Y como los otros integrantes del grupo están en la misma situación todos pasamos a maltratar, burlarnos, despreciar, rechazar a ese otro que en realidad nos recuerda la fragilidad de nuestra posición; y nos fortalecemos unos a otros en esa actitud, especialmente cuando no aparecen algunas personas con criterio propio que se animan a estar en desacuerdo, lo dicen y defienden al molestado, o se retiran para no avalar con su presencia ese tipo de trato.
A pesar de que tenemos conciencia y libre albedrío, capacidad de pensar antes de actuar y decidir en libertad, el miedo a quedar solos o a ser los molestados pueden activar esos antiquísimos caminos neuronales de supervivencia, de defensa a los iguales, a los “nuestros” y ataque a los diferentes, a los “otros”.
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Es muy valioso el papel de aquellos que no se dejan llevar por el grupo o por el deseo de molestar, ellos pueden ser parte importante del desbaratamiento de este mecanismo, incluso ayudar al líder a no volcarse hacia un liderazgo negativo.
Los líderes naturales, que llamamos alfa, tanto pueden ser una buena influencia para el grupo deteniendo malos tratos o abusos, como dejarse llevar por su grupo de seguidores y hacer cosas que quizás no habrían hecho estando solos.
Hace ya muchos años el psiquiatra Carl Gustav Jung nos explicó que tendemos a atacar en otros aquello que nos incomoda de nosotros mismos: decimos gallina, tonta, gordo, fea, lerdo, torpe, nos burlamos del llanto, de la curiosidad y de la ternura, de la vulnerabilidad, del miedo… Este concepto nos permite entender otra faceta del complejo fenómeno del maltrato entre los seres humanos que queremos erradicar.
Y una cuestión más: históricamente la humillación y la burla fueron usados para hacer fuertes a los hijos, especialmente a los varones, todos conocemos las frases “soy macho y me la banco” o “no seas gallina”. Hoy sabemos que no es así, que no ayuda ni fortalece a los chicos, sino que los pone a la defensiva, y a menudo también al ataque: no les permite estar tranquilos, conectando entre ellos, disfrutando, jugando y aprendiendo, sino que los lleva a permanecer en estado de alerta, vigilando.
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Como nos enseñó John Bowlby, cuando duele demasiado, empieza el desapego como defensa, las personas se encapsulan y se hacen impermeables al dolor… pero también al amor, no quieren volver a sufrir tanto y también desconectan del dolor que provocan.
No abandonemos los adultos nuestro lugar de brújula, de figuras de apego que orientan y guían a los chicos hasta la plena independencia, ya que es en ausencia de esos vínculos que surge el impulso de dominar o maltratar.
La casa, la escuela, el club, la plaza, el barrio, deberían ser para todos los chicos espacios seguros donde pudieran desplegarse, crecer, pero eso es muy difícil cuando se sienten amenazados, o no se sienten seguros.
Es en casa, con el amor incondicional de sus padres, que los chicos aprenden cuáles relaciones son placenteras, cómo sentirse seguros con otros, confiar que pueden gustar a otros, y también a negociar, pelear y defenderse (con sus hermanos).
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Es clave que los chicos conozcan en casa el buen amor y el respeto, pero además tenemos que enseñarles habilidades sociales, no como un largo manual de obligaciones, sino en conversaciones cortas -a partir de las experiencias de todos los días- que refuercen algunos conceptos que no están claros en la sociedad.
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De este modo irán adquiriendo junto a nosotros una ética de las relaciones sociales, indispensable para que desaparezca el hostigamiento /bullying entre nuestros chicos.
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