Francia ganaba por apenas un gol y Uruguay había tenido sus chances de empatar. El partido seguía cerrado e impredecible.
Antoine Griezman remató hacia el arco uruguayo. La pelota iba directo hacia las manos de Fernando Muslera pero el arquero tuvo su momento infortunado, su error grueso, casi inexplicable, que derivó en el segundo gol francés.
Era un partido de cuartos de final del Mundial 2018, un encuentro decisivo, cargado de tensión y deseos de ganar y el gol accidental prácticamente lo definió. Sin embargo Griezman no lo celebró
Si se siguen atentamente las imágenes posteriores al tanto se comprueba que ni siquiera sonrió. Se dejó abrazar apenas por sus compañeros –que, justo es decirlo, tampoco gritaron con la euforia lógica y esperable- y dejó, en silencio respetuoso, que el instante transcurriera.
Diego Godín, quizás el mayor emblema del equipo uruguayo, afrontó a los periodistas luego del partido. “Estoy triste, pero más orgulloso que nunca de mis compañeros, son unos leones. Fernando nos salvó muchas veces, todos tenemos errores y el fútbol es así, pero hay que seguir” dijo Godín sin sombra de duda ni reproche.
Los hinchas uruguayos alentaron hasta el último minuto, cuando su equipo no tenía chance y lo despidieron con cariño y agradecimiento por la entrega de los jugadores. El Maestro Tabarez, ese entrañable ejemplo de conducta que va mucho más allá de lo deportivo, recibió y seguirá recibiendo el reconocimiento merecido por su gran trayectoria.
Hablamos de un deporte altamente profesional, donde están en juego prestigio y dinero en dimensiones difíciles de mensurar. Los jugadores cargan además con las expectativas de millones de personas de cada uno de los países que compiten.
Pese a todo –y por fortuna- muchos siguen comprendiendo que se trata de un juego en el que cada uno de los participantes necesita del otro. Un juego hermoso por esa dosis de incertidumbre –y regresamos a la magnífica metáfora de Panzeri, de lo impensado- que tantas veces lo define, más allá incluso de los merecimientos.
La lealtad, el respeto por los compañeros y los rivales circunstanciales, la comprensión de las reglas del juego sin las cuales tampoco hay juego, son valores esenciales que por momentos parecen diluirse entre las exigencias triunfalistas y el sálvese quien pueda
Por cierto que la lección de hoy trasciende por mucho lo futbolístico y lo deportivo. El mensaje es que se puede competir, en todos los campos de la vida, con limpieza y en el marco de las normas aplicables. Que ganar no puede ser un objetivo excluyente ni justificar por sí cualquier inconducta.
No casualmente los países con mejor calidad de vida y mejores instituciones son los que respetan esas pautas y logran asumirlas como propias de toda la sociedad.
Por supuesto, los modelos se construyen con el ejemplo y esa es, ante todo, responsabilidad de los protagonistas más destacados. En el partido que jugaron hoy Francia e Uruguay Griezman y Godín dieron muestra de que eso es posible.