Carlitos Balá fue mucho más que un artista: funcionó como nuestro espejo retrovisor, con el emotivo sabor a infancia de las cosas que nos miman desde lejos. Basta un gestito de idea, o la pregunta sobre “qué gusto tiene la sal”, para devolvernos a un reino encantado. Carlitos Balá fue, es y será la bala emocional que atraviesa el pecho argentino. Basta un “sumbudrule” o la palabra Angueto para un reinicio que nos lleva a la infancia. Por eso nos duele y emociona su partida, a los 97 años, revolviendo por un rato aquel niño que fuimos.
Más de 35.000 días de vida, más de 30 gobiernos atravesados, cuatro generaciones de fans, un pasaje de la TV blanco y negro a la de color y una curva que va del nacimiento artístico de la radiofonía hasta sus días como estrella involuntaria de Tik Tok hoy. ”Ver reír a un chico es sagrado”, repetía y repetía el que hizo de lo sagrado, su profesión, y también la forma de llevar el pan a su familia.
En los últimos dos años, la pandemia frenó sus planes de quinceañero, pero tenía pensado seguir cuerpeando lo que cuerpeó en silencio por décadas: visitar hospitales y clínicas con una vacuna infalible, su sonrisa.
Lo que pasó en el Sanatorio Anchorena en 2015 y se viralizó fue lo mismo que venía haciendo periódicamente, una y otra vez, sin prensa. Lo contó el propio Jefe de Emergencias, Adolfo Savia: “Apareció de la nada, dijo ‘¿hola vengo a ver a los pacientes’ y se quedó cinco horas recorriendo salas y levantándole el ánimo a los enfermos”‘.
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Carlos Salim Balaá fundó un lunfardo infantil, un código común de interjecciones (¡Ea-ea-ea pe-pé!) y un mundo más noble que Disneylandia. Instaló en sus niños esa vieja idea de El Principito de que lo esencial es invisible a los ojos. Lo promovió con un perro intangible, con una mascota abstracta a la que todos juramos ver. Lo dice esa daga retro, su canción sin ornamentos: “La vida tiene mil cosas que son hermosas y no se ven”.
El señor que vio inaugurar el Obelisco y el que vio el pasaje de la adicción infantil al chupete a la del celular fue el artista argentino popular más longevo del país y el que pasó más de 30 años jugando con una frase que repetía cada vez que abría la puerta de su casa: “Todavía sigo en Recoleta, pero del lado de afuera”.
Las canas aparecieron hace casi medio siglo, pero el niño Balá nunca escapó de su cuerpo. Lo cuentan sus allegados, lo confirma él. “Me meto a un restaurante con el dedo en la nariz y pregunto: ‘¿Necesitan cocinero?’“. Carlitos no creía en algoritmos, ni máquinas, ni futurismo. Su canal era otro: el de las emociones.
“Pasa el tiempo, habrá más artefactos, pero la parte humana del chico es igual que hace 40 años. ¿Le duele algo? El chico llora. ¿No le gusta? Hace puchero. No me vengan con libritos. Ayer y ahora un nene es un nene”.
Más de un cuarentón/cincuentón todavía llora por el gesto: Balá tenía anotados los cumpleaños de sus Followers más antiguos y los llama para su cumpleaños. “¿Está Eduardito, está Antonito, está fulanito el grandulón? Habla Carlitos Balá. Dígame… meeee”.
Todo empezó en un colectivo
Los primeros shows de Carlitos fueron “sobre ruedas”, en el colectivo 39, línea que terminó otorgándole décadas después la condecoración de “Pasajero ilustre” y que ploteó sus unidades para celebrar sus 86 años. A bordo, él “cataba” su humor, probaba chistes, remates, reacciones. El termómetro del bondi le serviría como ensayo para probar suerte en la radio.
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De antepasados libaneses y croatas, fue su hermana Norma la que lo impulsó a animarse al teatro y presentarse en un concurso radial. Su primer nombre artístico (fugaz) fue Carlos Valdez, un truco para que su padre no lo reconociera al aire. Más tarde le quitó una “a” a su apellido, para integrar el trío Balá, Marchesini y Locatti.
”Mi primer día de radio lo recuerdo bien. Yo sabía que temblaba, entonces llevé un almanaque… me sirvió de apoyo para el libreto. Delfor Medina, director de La revista dislocada, por Splendid, me había asignado el personaje de gerente de publicidad de Jabón Federal. Un personaje nervioso. Yo me hacía el que me trababa, Señoris, señores, señoras, tengan ustedes buenas tirdas, terdes, tardes'”, recordaba hace un tiempo en entrevista con Clarín. “En el saclo, seclo, ciclo que se inicia, con libreto de Aldo Cacá, Cacá, Cammarota’. ‘Pobre tipo’, pensaban. Cuando los autores se rieron, se dieron cuenta de que estaba haciendo un buen personaje”.