Hace 14 años, cuando trabajaba en Información General de Clarín, me tocó cubrir una de las historias más duras que me crucé en mis 26 años de profesión. Habían matado a un joven de 21 años en Ferrugem.
Se llamaba Ariel Malvino y yo estaba fuertemente conmovida por el “caso”. Lo habían matado salvajemente, a trompadas, un grupo de rugbiers correntinos pertenecientes a adineradas familia de una provincia argentina.
“Pará, loco, pará”, había suplicado Ariel a sus agresores antes de morir. Había intentado separar a dos que estaban peleando, de buen tipo nomás, pero a los bárbaros no les gustó. Les pareció que era de “cagón”. Y le metieron una trompada que le estalló su cabeza contra el piso. Literal. Luego, para rematar, le tiraron una piedra enorme, un adoquín, que lo dejó sin vida en minutos más.
14 años después, la foto de Fernando Báez Sosa, a quien un grupo de rugbiers mataron hace un par de días de un golpe muy fuerte en la cabeza a la salida de un boliche en Villa Gessell, se estrella en mi corazón y en mi conciencia con la misma fuerza de aquella piña, para hacerme sentir un dolor y una indignación que parece recién nacida pero no: es figurita repetida.
Noche, alcohol, excesos, violencia, rugbiers en manada, sosteniendo su hombría a puro músculo hueco y violento, siempre en banda contra el que se cruce.
Fernando también había tratado de separar una pelea y luego esperó afuera, sentado en el cordón de la vereda, hasta que estos miserables se acercaron en grupo para pegarle hasta dejarlo sin vida. Me resulta inaceptable. Inaceptable. Por él, por Ariel, por tanto otros. Por mis tres hijos varones, por mis sobrinos, por todos los hombres que quieren ser distintos.
¿Vamos a seguir contando muertos? ¿Hasta cuándo? ¿Qué tiene que pasar para que familias y clubes de rugby y de fútbol enseñen que las cosas no se resuelven a las piñas? ¿Qué hicieron los adultos para que adolescentes y jóvenes sean capaces de patear la cabeza de otra persona o de golpearla hasta desangrarla? ¿Qué mierda tienen en la cabeza y el corazón? ¿Qué valores? ¿Cómo lo justifican? ¿Cómo son capaces de disfrutar esa barbarie y hasta considerarla un valor masculino?
Es urgente poner estas cosas en palabras con toda la crudeza que la situación exige. Sin eufemismos. Y que los hombres, los clubes de rugby y las familias que toleran la violencia como camino se hagan cargo y dejen de decir “nosotros no promovemos ésto, son sólo descarriados”. Sí lo promueven. Lo promueven porque lo naturalizan, porque pasa desde hace muchos años, en todos lados. Lo promueven porque no lo sancionan y lo creen un daño colateral de una “travesura de chicos”. Y son demasiados los casos: háganse cargo. Educaron para ésto porque, de lo contrario, no sucedería.
Y capítulo aparte para la inmunda Justicia que de Justicia no tiene nada. A 14 años del crimen de Ariel, sus atacantes no fueron juzgados. Se espera que el juicio tenga fecha este año pero los tres acusados -Eduardo Braun Billinghurst, Horacio Pozo (h.) y Carlos Andrés Gallino-, cuya autoría de los hechos fue probada según la jueza brasilera a pesar de todo tipo de “maniobras dilatorias” desde el primer día del hecho, llevan hoy una vida en familia como si nada.
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Este año, si no logran seguir embarrando la cancha, Gallino Yanzi y Pozo serán juzgados por el delito doloso de “lesiones corporales con resultado de muerte”, mientras que Braun Billinghurst se sentará en el banquillo por “tentativa de homicidio agravado”, ya que se le atribuye haberle arrojado una piedra a Malvino cuando éste estaba tirado en el piso luego de haber sido derribado a golpes por los otros dos.
Hicieron todo eso pero hoy viven como si nada. Se casaron, tuvieron hijos, son empresarios… Es más: hasta se victimizaron y me iniciaron una demanda por “daño moral” y por dañar su imagen, que por supuesto perdieron. Pero allá siguen, bendecidos por la impunocracia de los poderosos que nos caracteriza en Argentina y en toda la región. Otra vez figurita repetida: billetera y poder matan justicia.
Fernando, su foto, las imagen de sus padres, me llevan sin escala hasta Ariel. A quince días de su asesinato, a través del abogado de la familia logré tener la primera entrevista con sus padres, Alberto y Patricia. Fue el 4 de febrero, en la oficina de su abogado, Carlos García Dietze. Cuando llegué, Alberto se paró y me abrazó fuerte, diciendo “Georgina, Georgina, y lloraba”. Estaba agradecido por las notas que venía escribiendo para alumbrar la verdad sobre el crimen de su hijo pero yo no podía más que devolver ese abrazo apretado y llorar con él. Fue durísimo.
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Ariel era todo lo que estaba bien para esa familia. Un tipo recontra bueno, amoroso, educado, buen hijo. Y sus padres eran (son) de una talla moral y humana conmovedora. “Si fuera el padre de quienes agredieron a Ariel les diría que tienen que asumir sus responsabilidad, porque los adultos y la gente honesta se hacen cargos de sus actos. Ariel era un hombre y estos jóvenes son hombres”, me contestó, tras pedir que los medios dejen de hablar de “chicos” correntinos.
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“Somos personas de trabajo, transparentes. En nuestro corazón no tenemos rencor: sólo hay amor y buenos sentimientos. Somos así y así era nuestro hijo. No odiamos a nadie y queremos que se maneje todo dentro de la Ley”, agregó Alberto aquella tarde. Apretando la mano de Patricia, su mujer, continuaba: “Son muchos los sueños truncos. Ariel se recibía este año de abogado, le faltaban apenas unos finales. Teníamos el sueño de trabajar todos juntos, él iba a arrancar conmigo en la escribanía. Estábamos a punto de comenzar unas reformas para hacerle un espacio en la oficina y tuviera un lugar.
Esos sueños se murieron con él. Tenemos que encarar un proyecto nuevo y definir adónde encauzar todo el amor que tenemos adentro. Ya no tenemos a quién darle todo ese cariño, en quién proyectarnos. Creemos que Dios nos va a ayudar a encontrar algo que nos devuelva las ganas de vivir. El futuro era Ariel y Ariel ya no está”.
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Alberto y Patricia siguen persiguiendo justicia para su hijo pero lograron reconvertir parte del dolor en amor: adoptaron a Lucas.
Ariel, Alberto, Patricia y Lucas están en mi corazón para siempre. Y quise escribir sobre ésto porque no se puede olvidar, porque Fernando me duele, porque son demasiados los casos, porque no son casos.
Quienes aman el rugby deben hacerse cargo. De las piñas, de los excesos del tercer tiempo como cultura, de los códigos nefastos de la “manada”, de la costumbre de terminar los fines de semana a las piñas en los Seven y en las giras, de los espantosos y bárbaros bautismos de los que entran a primera, donde muchos chicos terminan con costillas rotas, lastimados, mordidos por todos lados, como siniestro rito de iniciación que los machos deben bancarse para ser tales.
Esa cultura ya se cobró demasiadas vidas y dolor como para que sigan diciendo que no promueven eso
Por Fernando, por Ariel, por tantos otros, digamos basta. Gritemos basta. Exijamos basta. Por Dios. Ni una muerte más. Nunca más.
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