Desde el comienzo de la pandemia han sido muchos los cambios de recomendaciones, síntomas posibles y factores de riesgo. Luego de más de un año desde la aparición del coronavirus, se puede asegurar que tener un peso saludable es un punto determinante a la hora de enfrentar el virus y pasar la enfermedad sin complicaciones.
La obesidad eleva en casi un 50% la probabilidad de infectarse por COVID-19, duplica la probabilidad de ser ingresado en un hospital y eleva en un 48% la mortalidad. Con esos datos, parece indiscutible que evitar el sobrepeso y cuidar el estado físico se vuelve indispensable para protegerse de la enfermedad.
Lo más grave es que el número de obesos en el mundo se ha incrementado desde unos 100 millones en 1975 a 700 millones actualmente.
La mejor evaluación del daño que hace el exceso de peso la brinda el “Global Burden of Disease” (GBD-2017). En este estudio valoraron a 68,5 millones de niños y adultos en 195 países entre 1980 y 2015, y cuantificaron la carga de enfermedad relacionada con un alto índice de masa corporal (IMC). El resultado arrojó que 4 millones de muertes anuales en el mundo se debían al alto IMC.
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Los indicadores asustan y entonces nos preguntamos por qué crece la obesidad y el sobrepeso en todo el mundo. La realidad es que esto no tiene nada que ver con moléculas ni genes sino que la falta de acciones de prevención, salud pública y educación es la culpable de que los niños crezcan mal alimentados y los adultos coman cualquier cosa para salir del paso o resolver sus ansiedades.
No hay que engañarse, lo que hay que hacer es comer menos y de mejor calidad pero este es un mensaje que a ninguna industria alimentaria le interesa. Hace falta fuerza de voluntad para luchar contra los poderosos intereses comerciales de las grandes empresas que venden alimentos que nos son buenos para la salud.
El reto de superar la obesidad no es solo fisiológico, sino psicológico y cultural. Una cultura consumista propicia conductas ansiosas, irracionales y muchas veces, destructivas.
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Por supuesto, hay situaciones en que la obesidad es consecuencia de una patología orgánica o un problema psiquiátrico y en esos casos no es sólo trabajar la voluntad, sino que será necesario poner remedio a la enfermedad para solucionar la obesidad. Otra excepción es cuando existen trastornos depresivos, y, sobre todo, trastornos de ansiedad, que dan lugar a sobreingestas o incluso atracones de comida.
La idea para educar jamás es culpabilizar a las víctimas ni estigmatizar a quienes sufren obesidad, todos estamos inmersos en una cultura que fomenta la velocidad, la abundancia y la inmediatez.
Hay que actuar a ambos niveles (educación personal y acción social). Siempre con respeto, tacto, empatía, sinergia y brindando el oportuno apoyo psicológico.
La búsqueda tiene que ir por el camino de la educación nutricional, la contención emocional y la compresión del medio y la actualidad en la que nos encontramos. Esto último teniendo en cuenta que si no se confrontan los determinantes económicos, sociales y culturales que crearon ambientes obesogénicos, no va a ser suficiente la educación para cambiar conductas personales.
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