Gerard Bonet es un español que vive en Noruega hace más de 12 años. Aunque emigró a Bergen hace mucho tiempo y por razones académicas, sostiene que se siente muy cómodo viviendo allí y que la pandemia le ha demostrado que ya no puede volver a su tierra. Con la intención de contar sus sentimientos y motivaciones, este inmigrante ha escrito una carta que conmovió a muchos. Compartimos a continuación el texto completo de la carta.
Quisiera compartir con ustedes mi experiencia sobre lo que ha sido vivir en el extranjero como consecuencia de este mal que aqueja a España y que, en mi opinión, podemos llamarlo falta de patriotismo y objetivo común. No puedo decir que la crisis del coronavirus me haya obligado a emigrar a Noruega, pero sí que me ha recordado por qué estoy aquí y que es aquí donde debo quedarme.
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La crisis de 2008 me cogió acabando mi máster en la Universidad de Bergen. Me fui como Eramus a sabiendas de que no quería volver con lo que me esperaba, que era un futuro que no era capaz de aceptar.
En España cursé cuatro años de carrera que finalmente se convirtieron en seis por la imposibilidad de poder culminarla antes con garantías. Sobresaturación de asignaturas, total desconexión entre ellas y mayor aislamiento con el mercado laboral. Profesores desmotivados, algunos insultantemente desfasados ofreciendo contenidos que habían aprendido en los años 70, y asignaturas en las que el mayor objetivo en clase era poder copiar a velocidad suficiente lo que el profesor tuviera a bien escupir aquel día. Ninguna estuvo asociada a un libro de texto, muy pocos de los exámenes reflejaron los contenidos aprendidos en clase, más bien parecían hechos a medida para enseñarnos lo poco que sabíamos, para recordarnos que nosotros estábamos abajo y nuestro profesor arriba.
Cuando llegué a Noruega me di cuenta de que aquí la enseñanza era diferente. Tres asignaturas por semestre, extensas pero bien estructuradas, con libros donde estudiar las imágenes relacionadas con los contenidos, con una filosofía no tanto centrada en memorizar sino en aprender a relacionar los conceptos. Aquí los profesores en el examen no nos preguntaban los contenidos que habían dado para demostrar que habíamos entendido, no se trataba de demostrar a nadie lo difícil que podía llegar ser un examen, sino de verificar que habíamos adquirido los conocimientos.
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La crisis del Covid-19 me ha enseñado que no debo volver a mi casa por mucho que me haya tentado la idea. En España los jóvenes parecen estar condenados a trabajar a destajo para ser compensados con un sueldo mínimo, y más mínimo aún que va a tornarse para que se pueda pagar el estratosférico incremento de deuda. Vivir en Noruega me ha enseñado que en España la educación sigue en crisis, que la sanidad siempre lo estuvo y que cada uno tira por su lado sin una estrategia común de país.
En Noruega el Covid-19 se ha atajado con disciplina, la gente se ha quedado en casa y ha mantenido la distancia social y el teletrabajo ha funcionado tanto en la vida privada como en las escuelas. Los políticos han luchado por colaborar y nadie ha hecho leña del árbol caído. Cierto es que el aislamiento en el que vive la mayoría de la población ha contribuido a controlar el virus, pero no puedo dejar de pensar que el factor humano ha jugado un papel capital.
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Por tanto, voy a quedarme, aunque me pesa, en un país que no es el mío pero que ha sabido apreciar mi talento y me ha demostrado que cuando se pagan impuestos estos no van a los bolsillos de nadie, sino que te topas con ellos en cada momento de tu vida, cuando te pones enfermo, cuando ves a tus hijos aprender en la escuela, cuando la crisis del Covid-19 mueve al Estado a dar 20 días pagados por progenitor para cuidar de sus hijos si estos se pusieran enfermos. Porque aquí nadie va a pretender que sus hijos se han puesto enfermos para quedarse unos días en casa.
Y así podría seguir hasta nombrar muchas otras virtudes de este sistema al que me he unido para remar en la misma dirección que el resto de noruegos, para unirme a la clave del éxito de una nación, moderación y objetivos comunes, un concepto en el que nosotros, o nuestros políticos, aún tenemos que mejorar.
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